 |
|
LIBRO PRIMERO
DE LAS DECRETALES
TÍTULO I
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Y DE LA FE CATÓLICA
25. El Dios Eterno, sin principio ni fin, es el principio y el fin de todas las cosas. El es el Alfa y la Omega (según la frase de los Griegos). El es el Aleph y la Tau, como dicen los Hebreos. Todo procede de él, sin que él proceda de ninguna cosa. Toda dádiva óptima y todo don perfecto desciende de él, que es el Padre de las Luces. A El deben dirigirse todas nuestras obras. El es el Legislador
supremo por el cual los reyes reinan y los príncipes decretan lo que es justo. Por tanto, casi todos los legisladores cristianos, como un reconocimiento
a su dominio supremo, comienzan los volúmenes de las leyes con el título acerca de la Santísima Trinidad y la fe católica. Así Justiniano en su Código; así Nuestro Rey Alfonso en su libro de las Siete Partidas; así Nuestros Reyes Católicos en las compilaciones de sus leyes; así, finalmente, los legisladores eclesiásticos comienzan nuestro derecho canónico bajo este título. Por esta causa, pues, debemos también nosotros comenzar estas disertaciones y dirigirlas al mismo Dios, rogando a él con la iglesia que toda nuestra oración y nuestra obra siempre tenga en él su principio y con su ayuda la llevemos siempre a cabo.
26. En este Libro Primero de las Decretales, por Gregorio IX, se instruye al juez eclesiástico y se enseña lo que acerca de la fe, y principalmente acerca del altísimo misterio de la Trinidad, se debe creer y sostener, así como lo que se ha de evitar y huir. Por lo tanto, conviene decir algo acerca de la fe. La fe es la raíz y el principio de nuestra justificación en la cual se funda el edificio de nuestra salud espiritual, sin la cual es imposible
agradar a Dios y formar parte del grupo de sus hijos Trid. Sess. 6. de Justif. c. 8. La fe es una de las tres virtudes teologales, como lo dice el Apóstol 1. Cor. 13. v. fin. Y es definida por el mismo
Apóstol Ad Heb. 11 como substancia de las cosas que se esperan, argumento de las que no se ven, definición que propugna y explica el Angélico Maestro de las Escuelas 2. 2. q. 4. art. 1 diciendo: la fe es un hábito de la mente por el cual se inicia en nosotros la vida eterna, el cual permite al intelecto asentir a realidades no aparentes. Su objeto formal es la autoridad divina que revela. Porque Dios es infalible en sus palabras cuando nos habla, inferimos que cuando aquí y ahora nos revela y dice algo, eso es absolutamente verdadero. Esta infalibilidad se encuentra en Dios precisa y necesariamente por la sabiduría y veracidad divinas, tanto respecto a la revelación asertoria como la provisoria. Porque si es el más sabio, no puede equivocarse; si es el más veraz, no puede engañar y, por lo mismo, fundada la revelación precisamente en estas perfecciones, tenemos un antecedente unido a la verdad del objeto revelado.
Acerca de lo cual traté ampliamente cuando escribí sobre la fe teológica. El objeto material de la fe son los misterios revelados. Los principales misterios de la fe se tratan bajo este título por el concilio de Letrán, bajo Inocencio III. Referiré a la letra las palabras del concilio, porque no podemos
pensar nada más propio y expresivo para exponer tan grandes misterios. Dice, pues:
27. Firmemente creemos y sinceramente confesamos que hay un sólo y verdadero Dios eterno, inmenso, inconmutable, incomprensible, omnipotente e inefable: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas pero una esencia, substancia o naturaleza, absolutamente simple. El Padre no procede de nadie; el Hijo procede del Padre solamente, y el Espíritu Santo procede de uno y otro por igual, siempre sin principio ni fin, el Padre generando, el Hijo naciendo y el Espíritu Santo procediendo; consubstanciales, coiguales o coomnipotentes y coeternos; principio único de todas las cosas, creador de todas las cosas visibles e invisibles, espirituales y corporales, que por su virtud omnipotente al principio del tiempo creó la creatura espiritual y corporal, una y otra de la nada, la angélica y la mundana, y después la humana
constituida por espíritu y cuerpo comunes. El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios buenos por naturaleza, pero ellos por sí mismos se hicieron malos. El hombre pecó por sugerencia del diablo. Esta Santa Trinidad, indivisible según la esencia
|