y distinta según las propiedades personales, en primer lugar por medio de Moisés, los santos profetas y otros servidores suyos, y según la ordenada disposición de los tiempos, dio al género humano la doctrina de la salvación. Y por fin, el hijo Unigénito de Dios, Jesucristo encarnado por toda la Trinidad conjuntamente, concebido por obra del Espíritu Santo de María siempre virgen, hecho verdadero hombre, compuesto de alma racional y carne humana, una sola persona en dos naturalezas, enseñó con la mayor claridad el camino de la vida; el cual, siendo inmortal e impasible como Dios, fue hecho mortal y pasible como hombre, quien asímismo por la salvación del género humano, padeció y murió en el leño de la cruz; descendió a los infiernos, resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo: descendió en alma, resucitó en carne, y ascendió en alma y carne; vendrá al final de los siglos a juzgar a los vivos y a los muertos, y a dar a cada uno según sus obras, tanto a los réprobos como a los elegidos, todos los cuales resucitarán con sus propios cuerpos que ahora llevan para que reciban conforme hayan sido sus obras buenas o malas: los réprobos la pena perpetua con el diablo, y los elegidos la gloria sempiterna con Cristo. Una es la iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva. En la cual Jesucristo es sacerdote y sacrificio, cuyo cuerpo y sangre están contenidos verdaderamente en el sacramento del altar, bajo las especies de pan y de vino, transubstanciados el pan en el cuerpo y el vino en la sangre por divina potestad para que, consumando el sacramento de la unidad, recibamos de El lo que El recibió de nosotros. Y nadie puede celebrar este sacramento sino el sacerdote, rectamente ordenado según la potestad de la iglesia que el mismo Jesucristo concedió a los apóstoles y a sus sucesores. El sacramento del bautismo (que se consagra en el agua a la invocación de Dios y de la individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo) sirve para la salvación tanto de los niños como de los adultos debidamente administrado por cualquier persona de acuerdo a la forma de la iglesia. Aunque alguno hubiere caído en pecado después de recibir el bautismo, siempre puede ser restablecido por una verdadera penitencia. No sólo los célibes y continentes sino también los casados, merecen llegar a la felicidad eterna agradando a Dios por la recta fe y las buenas obras.
28. Condenamos, pues, y reprobamos el libelo o tratado que el abad Joaquín dio a luz contra el maestro Pedro Lombardo acerca de la unidad o esencia de la Trinidad tildándolo de herético y loco, porque éste afirma en sus Sentencias que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es cierta realidad suprema y ésta no es engendradora ni engendrada, ni procedente; de donde Joaquín deduce que el Maestro viene a proponer no una trinidad sino una cuaternidad, es decir, tres personas y una cuasi cuarta común esencia, propugnando manifiestamente que ninguna cosa hay que sea Padre e Hijo y Espíritu Santo, ni es esencia ni substancia ni naturaleza, aunque conceda que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son una esencia, una substancia y una naturaleza, pero declara que esta unidad no es verdadera y propia sino cuasi colectiva y por semejanza, a la manera como se dice que muchos hombres son un pueblo y muchos fieles una iglesia; según aquello de que la multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma; y porque quien se une a Dios forma un solo espíritu con El. Igualmente, el que planta y el que riega son uno y todos formamos un solo cuerpo en Cristo. Así también en el Libro de los Reyes “Mi pueblo y tu pueblo son uno solo”. Para apoyar esa opinión suya acude principalmente a aquella palabra que Cristo dijo acerca de sus fieles en el Evangelio: quiero, Padre, que sean una sola cosa en nosotros como nosotros somos uno, para que sean consumados en uno. No son los fieles de Cristo (como dice) uno solo, es decir, una sola cosa que sea común para todos, sino que sólo son uno en el sentido de que son una sola iglesia por la unidad de la fe católica y finalmente un solo reino por la unión de la indisoluble caridad, como se lee en la carta canónica del Apóstol San Juan: porque son tres los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno solo. Y al punto añade, y son tres los que dan testimonio en la tierra, el espíritu, el agua y la sangre, y estos tres son uno, como se encuentra en algunos códices. Pero nosotros, con la aprobación del sagrado concilio, creemos y confesamos con Pedro Lombardo, que hay una sola realidad suprema, incomprensible e inefable, que verdaderamente es Padre e Hijo y Espíritu Santo, tres personas simultáneamente, y cada una de ellas singularmente y, por lo tanto, en Dios tan sólo hay trinidad, no cuaternidad, porque cualquiera de las tres personas es aquella realidad, es decir, substancia, esencia o naturaleza divina, que ella sola es el principio