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de todas las cosas y fuera de la cual no se puede encontrar otra realidad. Y aquella realidad no es engendrante
ni engendrada, ni procedente, sino es el Padre el que engendra y el Hijo el que es engendrado y el Espíritu Santo el que procede para que haya distinción en las personas y unidad en la naturaleza.
Por tanto, aunque uno sea el Padre, otro el Hijo y otro el Espíritu Santo, sin embargo, no son otra realidad, sino lo mismo que es el Padre es el Hijo y es el Espíritu Santo, lo mismo absolutamente,
de tal manera que según profesa la ortodoxa
fe católica, son consubstanciales. Porque el Padre, engendrando al Hijo desde la eternidad, le dio su substancia, según él mismo lo atestigua: lo que me dio el Padre es la más grande de todas las cosas. Y no se puede decir que le haya dado parte de su substancia y se haya reservado parte para sí mismo. Puesto que la substancia del Padre, en cuanto absolutamente simple, es indivisible, pero tampoco puede decirse que el Padre haya transferido
al Hijo su substancia cuando lo engendró como si se la hubiera dado al Hijo y no hubiera dejado nada para sí, pues de otra manera hubiera dejado de ser substancia el Padre. Por tanto, dado el hecho de que sin ninguna disminución el Hijo naciendo recibe la substancia del Padre, luego el Padre y el Hijo tienen la misma substancia y así son una misma cosa el Padre y el Hijo y el Espíritu
Santo que procede de los dos. Pues cuando Cristo, la Verdad, ora al Padre por sus fieles, dice: quiero que ellos sean uno en nosotros como nosotros
somos uno. Esta palabra uno, cuando se refiere a los fieles, se entiende la unión de caridad en la gracia; pero cuando se refiere a las personas divinas, se mira a la unidad de identidad en la naturaleza.
De la misma manera dice Cristo en otra parte: Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto. Como si dijera manifiestamente: Sed perfectos con la perfección de la gracia, como vuestro Padre celestial es perfecto con la perfección
de la naturaleza. Es decir, una y otra unidad a su manera, porque entre el creador y la creatura no puede haber tanta semejanza, sino que más bien entre ellas debe notarse una gran diferencia. Si alguno, pues, quisiera defender o aprobar en esta parte la sentencia o doctrina del dicho abad Joaquín, debe ser evitado como herético por todos.
Reprobamos también y condenamos como perversísimo el dogma del impío Almarico, cuya mente de tal manera cegó el padre de la mentira, que su doctrina debe ser censurada no como herética sino como insana. Estas son las palabras del concilio.
29. Almarico, del cual se hace mención aquí, fue cierto doctor parisiense que en Francia era llamado Amaury. Entre otros errores, decía que si Adán no hubiera pecado, los hombres se multiplicarían sin generación; también afirmaba que el poder del Padre Eterno no iba más allá de la ley mosaica y que, ya en su tiempo, había cesado
el nuevo testamento promulgado por el Hijo juntamente con los sacramentos; que había comenzado
el tiempo del Espíritu Santo, por cuya gracia, afirmaba, los hombres por su beneficio no se hacían ya más reos de pecado, aunque cometieran
adulterios y otros crímenes. Así: Moreri en Dict. Histor. v. Amaury.
30. Gregorio X in c. un. H. t. in 6, tomado del concilio de Lyon, condena a aquellos que sostienen que el Espíritu Santo no procede del Padre y del Hijo como de un solo principio e inspiración,
sino como de dos principios. Se debe sostener, pues, que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo, no como de dos principios e inspiraciones sino como de un solo principio y única inspiración.
31. Clemente V. in Clem. un. h. t, tomando del concilio de Viena, define: que el Hijo único de Dios, que existe eternamente en unión con el Padre, tomó de la Santísima Virgen un verdadero cuerpo humano y un alma intelectiva o racional, y que padeció en él, y ya muerto, fue perforado por la lanza, como dice San Juan, y el mismo pontífice aprueba el orden en que lo narra este evangelista. Mas reprueba y condena como herético
a aquel que ose defender con pertinacia que el alma racional o intelectiva no es per se y esencialmente forma del cuerpo humano. Y acerca del bautismo de los niños dice: Pero nosotros, atendiendo a la general eficacia de la muerte de Cristo (que por el bautismo se aplica igualmente a todos los bautizados), consideramos que debe tomarse,
como más probable y más conforme y apegada a los dichos de los santos y de los modernos doctores de la teología, y aprobada por el santo concilio, la segunda opinión que dice que el bautismo confiere la gracia informante y las virtudes tanto a los niños como a los adultos.
32. Finalmente, en estos tiempos, los sumos pontífices condenaron las siguientes proposiciones
pertinentes a materia de fe: Alejandro VII el día 24 de septiembre del año de 1665 condenó lo siguiente: 1. El hombre en ningún tiempo de su vida está obligado a hacer acto de fe, esperanza y caridad por fuerza de los preceptos divinos pertenecientes
a estas virtudes. Inocencio XI el 2 de marzo de 1679 condenó estas cosas en su orden: 4. Un infiel que no cree conducido por una opinión menos probable, está excusado de infidelidad. 16. No se considera que la fe obligue por un precepto especial y por sí misma. 17. Es suficiente hacer un acto de fe una vez en la vida. 18. Si alguien es interrogado por la autoridad pública para que confiese
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