gradual, porque se canta mientras el diácono pide la bendición al celebrante y mientras sube las gradas del ambón para cantar el evangelio, para que no esté en silencio todo ese tiempo sin que canten en el coro. Después sigue el evangelio, que en griego significa: buena noticia. Se cree que todas las epístolas y evangelios que se leen durante el año fueron distribuidos por San Jerónimo y confirmados por San Dámaso. El diácono antes de que cante el evangelio, besa la mano del celebrante. El subdiácono al contrario después de leída la epístola, ya que la ley antigua termina con Cristo; del cual la nueva toma su comienzo. Y así ésta está figurada en el diácono como aquella en el subdiácono, lo cual no deja de hacerse ni en la misa privada. El lado de la epístola es el símbolo del Antiguo Testamento, y el lado del evangelio, del Nuevo. Cuando se va a leer el evangelio, dice San Jerónimo, se encienden luminarias, aunque esté el sol rutilante, ya que no son para hacer huir las tinieblas, sino como medio para demostrar alegría. Por lo que también las vírgenes del evangelio siempre tienen sus lámparas encendidas. El diácono, dice Inocencio, debe asignarse en la frente, en la boca, en el pecho, como si dijera: No me avergüenzo de la cruz en Cristo, sino que creo con el corazón lo que predico con la boca. El evangelio se besa, ya que mediante él recibimos la paz de Cristo. Cuando se lee el evangelio deben los oyentes atender reverentemente su lectura estando de pie, c. 68. de Cons. D. 1. El rey si ha sido ungido con la unción sagrada, no sólo besa el evangelio, sino que también puede cantarlo en la iglesia, así atestigua Macri que lo hizo Carlos IV en Basilea la Noche de Navidad. El evangelio tembién significa el anuncio y la predicación, y así se ha de entender el Apóstol en Rom. cap. 16. n. 25. donde dice: Al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo. Si se va a predicar se debe hacer después del evangelio. Y, el oir la predicación de la palabra de Dios, se permite a todos. c. 67. de Cons. D. 1. Allí: A nadie prohiba el obispo entrar a la iglesia y escuchar la palabra de Dios, sea gentil o herético, o judío, y permanecer en la iglesia hasta la despedida o misa de los catecúmenos. Una vez terminada la predicación exclamaba el diácono: Si hay algún catecúmeno, salga del recinto. Y hasta aquí la parte de la misa, que se llama misa de los catecúmenos.
379. Después del evangelio se dice el símbolo, o credo, para que lo que se oyó en el evangelio se crea con el corazón y se confiese con la boca mediante el símbolo. Éste se dice todos los domingos y en otras fiestas, de las cuales hablan las rúbricas. Se le llama símbolo por la palabra griega que significa signo. En él se contiene la doctrina de la fe enseñada tradicionalmente por los apóstoles y la iglesia. En la misa se canta en voz alta para denotar la pública predicación de la santa fe. En prima y en completas se dice en secreto porque al principio de la iglesia todavía no estaba divulgada la fe, y al final de los siglos se obscurecerá por las persecuciones del anticristo. Antiguamente en Roma no se decía en la misa para denotar la firmeza de la fe y la estabilidad de este principado de la cristiandad, siempre inmune de toda mancha herética. Pero según Baronio, Benedicto VIII, a petición del emperador San Enrique, mandó que también allí se recitase. Antes se decía en la misa el símbolo de los apóstoles, después por mandato del papa San Marcos se dijo el símbolo niceno, actualmente se dice el constantinopolitano, en el cual se ha añadido Filioque (y al Hijo), según se dice, como lo estableció San Dámaso. En el ofico divino siempre se dice el símbolo de los apóstoles, y en la prima de los domingos se recita el símbolo de San Atanasio. Después del símbolo sigue el ofertorio, que consiste en una breve antífona, que se cantaba al momento de las ofrendas, a imitación del pueblo de Israel del cual se lee en 2 Paralip. 29. v. 17. : Y mandó Ezequías que ofreciesen holocaustos sobre el altar y mientras ofrecían los holocaustos empezaron a cantar laudes al señor. En el Sábado Santo no se dice el ofertorio, porque en ese día no había ofrenda, ya que no se celebraba todavía la resurrección del Salvador, en el término de tal misa, o porque callan los cantores imitando a las mujeres, que buscaban al Señor en silencio, ya que ellas traían ungüentos para el Salvador al abrigo del silencio nocturno. El ofertorio también se llama ofrenda. La oración secreta del sacerdote es la conmemoración también secreta de la oración de Cristo ya en el huerto, o en la cruz. Después se sigue el prefacio, que es la deprecación que precede al sagrado cánon de la misa. Porque el sacerdote prepara las mentes de los fieles para el sacrificio diciendo: Arriba los corazones, para que respondiendo el pueblo: Lo tenemos levantado hacia el Señor, sea amonestado de que no debe meditar en otra cosa que en el Señor. Se enumeran nueve prefacios en c. 71. de Cons. D. 1., a los cuales después se añadió el prefacio de la Bienaventurada V. María. c. fin D. 70 En la infraoctava suele decirse el prefacio de la misma octava, aunque no se celebre misa por la octava, ni de ella se haga conmemoración, exceptuados algunos casos. Al fin del prefacio se dice dos veces Hosanna, que significa: Sálvanos, una vez por la voz de los ángeles y otra a nombre