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de los hombres. El prefacio en el misal mozárabe es llamado illatio, o secuencia.
380. El canon de la misa comienza por la oración Te igitur, A tí pues, y se llama canon, porque
es la regla de la consagración, y de aquí que sea llamado por unos regla, por otros lo legítimo, orden de preces, secreto, y acción. Y la siguiente oración, Communicantes, se llama también infra actionem, como enseguida del canon. La mención
que se hace del Pontífice en el canon ya estaba en uso desde el tiempo de San Clemente. Y el Pontífice cuando celebra dice: A una conmigo,
indigno siervo tuyo. Después es nombrado el obispo del lugar donde se celebra, en las abadías que no pertenecen a ninguna diócesis, no se hace mención del abad, sino del obispo vecino al cual se suele recurrir para las ordenaciones. Ni pueden los religiosos nombrar a su general, S. Cong. 12. de Nov. de 1615. En Roma no se hace mención de ningún obispo, aunque haya sede vacante. En tercer lugar se hace mención del rey, en las provincias, en las cuales se halla este privilegio, como en España en la Constitución de S. Pío V. Ad hoc nos, de 1570, de la cual no dudan ni los extranjeros, Lacroix lib. 6. p. 2. n. 369. Además después de la primera oración, de la secreta, y después de la comunión pueden añadirse la colecta Et famulos tuos, que debe ser dicha por todos los sacerdotes tanto regulares como seculares,
y tanto en las misas cantadas como en las privadas
y en las conventuales solemnes sean como sean, por concesión de S. Pío V y Gregorio XIII y, finalmente, por el decreto de la S. Cong. de Rit. del 13 de Julio de 1675, como consta en los mismos
misales. En el Memento se encuentran estas letras N. N. porque antiguamente se decían en la misa los nombres de los oferentes, o también los nombres de los obispos, o de los varones ilustres que estaban escritos en los dípticos. El díptico era una doble tabla que en forma de libro se cerraba, donde se inscribían estos nombres. Y era una gran deshonra si eran borrados, como se hacía con los herejes, cismáticos y excomulgados.
381. Y así llegamos a la consagración. La consagración del pan se hace así: Esto es mi cuerpo.
Y la del vino con estas palabras: Este es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento, misterio
de fe, que se derrama por vosotros y por muchos en perdón de los pecados. Las cuales palabras debe el sacerdote pronunciarlas en persona de Cristo, de tal modo que intente afirmar lo que las palabras
mismas significan y lo que Cristo afirmó con ellas, porque no basta que las diga recitativamente,
esto es, nada más diciéndolas como dichas por Cristo sin la intención de afirmar lo que significan, ya que en este sacrificio el principal sacerdote oferente es Cristo, y el sacerdote que celebra sólo es sacerdote ministerial, en cuanto que como ministro próximo obra en persona de Cristo, Trid. sess. 22. cap. 2. donde dice: Porque una sola y misma es la Hostia, igualmente uno el oferente por ministerio de los sacerdotes, que a sí mismo entonces se ofreció en la cruz, siendo sólo diverso el modo de ofrecerse. Pero no todas las predichas palabras son de la esencia de la forma de la consagración, aunque sean de la necesidad del precepto. Y así debe entenderse el Concilio Florentino en Decret, de Sacramentis. Los pronombres
esto y este significan el pan y el vino que se consagran, no las especies de pan y vino, ya que ni el pan, ni sus especies son el cuerpo de Cristo, ni tampoco el vino, ni sus especies son la sangre de Cristo. Demuestran pues los predichos pronombres el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no ciertamente bajo la explícita y distinta razón de cuerpo y de sangre, ya que así tales proposiciones serían idénticas, de este modo: Este cuerpo mío es mi cuerpo, etc. Demuestran, pues, el cuerpo y la sangre bajo la misteriosa razón de lo contenido bajo las especies de pan y de vino al final de la pronunciación de las palabras de la forma consecratoria.
Y aunque Mateo en 26, v. 28. sólo tenga: Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que se derramará
por muchos en remisión de los pecados, ni en él, ni en ningún otro evangelio se encuentren las palabras: eterno, y misterio de fe. Y como por otra parte consta por Juan cap. fin. V. fin., que no todo está escrito en el evangelio, sin dudar creemos
que las formas de las palabras, como se encuentran
en el canon, las recibieron los apóstoles de Cristo y de los apóstoles, sus sucesores. Como dice el sumo Pontífice Inocencio III in c. 6. h. t. al cual tenemos, ciertamente, como digno intérprete
de tan gran misterio: No sólo la Escritura, sino también la promesa se dice Testamento, según lo que escribió el mismo Apóstol: por lo tanto es mediador
del Nuevo Testamento para que reciban la promesa los que son llamados a la herencia eterna. Así pues debe entenderse lo que en el mismo canon se encuentra: Esta es la sangre del nuevo y eterno Testamento, esto es, de la nueva y eterna promesa, de modo que, el confirmador como Señor promete de nuevo diciendo: el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna. Y se dice misterio de fe, puesto que allí se cree algo más de lo que se mira, y se mira algo más que lo que se cree. Se mira la especie de pan y vino, y se cree la verdad de la carne y sangre de Cristo, como virtud de unidad y de caridad. Sin embargo, se han de distinguir tres cosas que están sutilmente escondidas en este sacramento,
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