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que si omite el Gloria, o el Credo, cuando deben decirse, no los diga ya, cuando lo advierte inmediatamente después del: Dominus vobiscum, u oremus, y con mayor razón cuando lo advierte más adelante, según
la opinión de otros autores. Sin embargo, en la duda de que hubiese omitido algo no esencial, no diga nada, pero es conveniente repetir, si es algo grave, y no muy anterior. Finalmente como regla general se ha de tener que lo que el sacerdote
considere menos incómodo, eso es lo que ha de hacer de buena fe. Así Sto. Tomás, Suárez y otros, Lacroix lib. 6. p. 2. n. 533.
385. Oigamos ahora a Sto. Tomás, luz esplendorosísima
de la Teología, que con admirable comprensión y modo cieramente angélico, como suele, explica los profundísimos misterios de este sacrificio con suma diligencia y cuidado mediante
la Sagrada Escritura, los Padres y Doctores. Daré sus palabras literalmente, ya que tan grandes
arcanos no pueden ser explicados ni mejor, ni más brevemente, porque apenas sin injuria algo se le puede quitar a tan preclaro maestro. Así, pues, in 3. p. q. 83. art. 4. dice textualmente:“Respondo diciendo que puesto que en este sacramento se comprende todo el misterio de nuestra salud por esto se celebra con mayor solemnidad que los demás sacramentos. Y como está escrito en Eccl. 4. 17: guarda tu pie al entrar en la casa de Dios. Y en Eccl. 18. 23: Antes de la oración prepara tu alma; por eso, antes de celebrar este misterio, se coloca en primer término cierta preparación para hacer dignamente las cosas subsiguientes; de cuya preparación la primera parte es la alabanza divina que se hace en el introito según aquello del salmo 49. 23: sacrificio de alabanza me tributará, y allí el camino por donde le mostraré la salud de Dios. Este introito se toma las más veces de los salmos, o se canta con un verso de ellos, puesto que como dice San Dionisio en el tercer capítulo Eccles. Hierarch.: los salmos comprenden por modo de alabanza todo lo que se contiene en la Sagrada Escritura. La segunda parte contiene el recuerdo de la presente miseria, cuando se pide misericordia, diciendo: Señor, ten piedad de nosotros, tres veces por la persona del Padre; tres por la del Hijo cuando se dice; Cristo ten piedad de nosotros, y tres por la del Espíritu Santo cuando se añade: Señor ten piedad de nosotros,
contra la triple miseria, de la ignorancia, de la culpa y de la pena; o para significar que todas las personas están unidas entre sí. La tercera parte recuerda la gloria celestial a la que tendemos después de la presente vida y miseria, diciendo: Gloria a Dios en las alturas que se canta en las fiestas
en las que se conmemora la gloria. Omítese no obstante en los oficios tristes que pertenecen al recuerdo de nuestra miseria. La cuarta parte contiene la oración que hace el sacerdote por el pueblo para que sea digno de tan grandes misterios.
En segundo lugar, se dirige previamente una instrucción a los fieles, puesto que este sacramento
es misterio de fe. Esta instrucción se hace dispositivamente por la doctrina de los profetas y de los Apóstoles que es leída en la iglesia por los lectores y los subdiáconos; después de cuya lectura
el coro canta el gradual, que significa el progreso
de la vida, y el aleluya, que significa la alegría espiritual. Todas estas cosas deben producirse en el pueblo por la predicha doctrina. El pueblo es instruido perfectamente por la doctrina de Cristo contenida en el evangelio, que leen los ministros superiores, es decir, los diáconos. Y puesto que creemos a Cristo como a la verdad divina, según aquello de Juan 8: Si os digo la verdad porqué no me creeis?. Leído el evangelio, se canta el símbolo de la fe, en el cual muestra el pueblo que se adhiere
a la doctrina de Cristo. Se canta este símbolo
en las fiestas en que se hace mención de él, como en las de Cristo y de la B. Virgen María, de los Apóstoles (que establecieron esta fe) y en otras semejantes. Preparado, pues, e instruido de este modo el pueblo, se acerca enseguida a la celebración
del misterio, que es también ofrecido como sacrificio y consagrado y recibido como sacramento.
Por lo cual, primero se hace la ofrenda, después la consagración de la materia ofrecida y por último su recepción. “Acerca de la oblación se hacen dos cosas, a saber, la alabanza del pueblo en el canto del ofertorio (por el cual se significa la alegría de los oferentes) y la oración del sacerdote que pide que sea aceptada por Dios la ofrenda del pueblo. Por lo cual también dijo David, I Paralip. 29: Yo con sencillez de corazón he ofrecido alegre todas estas cosas. Y he visto con enorme gozo que tu pueblo reunido en este lugar, te ha ofrecido sus presentes. Y después ora diciendo: Señor, Dios, conserva esta voluntad. En seguida, respecto de la consagración que se realiza por virtud sobrenatural, primero se excita al pueblo a la devoción en el prefacio, por lo que se amonesta a tener levantados hacia Dios los corazones, y terminado el prefacio, el pueblo alaba devotamente a la Divinidad de Cristo, diciendo con los ángeles: Santo, Santo, Santo, y a la Humanidad diciendo con los niños: Bendito el que viene. Después el sacerdote conmemora en secreto: primero, por los que se ofrece este sacrificio,
esto es, por la iglesia universal, y por aquéllos que están constituidos en sublimidad (I Tim,2,) principalmente por los que lo ofrecen, o por quienes se ofrece. Segundo, hace conmemoración
de los santos cuyo patrocinio
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