y la conversión. Y en este sentido han de ser entendidos los Padres que dicen que este sacrificio en la materia, es decir, en el pan y en el vino se parece al sacrificio de Melquisedec. El sacrificio formalmente tomado por la misma acción de ofrecer y de sacrificar, precisa y adecuadamente, consiste en la misma consagración, bajo ambas especies, en cuanto que es la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo, por fuerza de las palabras, bajo las especies de pan y de vino. Así de los Santos Ambrosio, Cipriano, Tomás y otros prueba Suárez que el sacrificio es una acción externa y sensible, por la cual se ofrece alguna cosa, para que por un legítimo y solemne rito en honor y culto de Dios, de algún modo sea inmolado por un público y legítimo ministro. De donde como el principal oferente es Cristo, este sacrificio consiste en aquella acción, que ejerce el sacerdote ministerial en persona de Cristo. Y por lo tanto, la consagración en que sólo el sacerdote habla en persona de Cristo, será formal y precisamente, sacrificio. Y no obsta a la razón de sacrificio que la consagración no suponga, sino ponga la misma hostia, es decir, a Cristo bajo las especies, como consta del sacrificio del timiama aromático, en el cual se ofrecía el humo, o vapor de suave fragancia, producido por el mismo rito del sacrificio, Éxodo 25 y 35. Además: la sola consagración representa de modo eminente el sacrificio de la cruz, cuando por la fuerza de las palabras el cuerpo de Cristo se pone aparte bajo la especie de pan, como occiso, y la sangre bajo la especie de vino, como derramada. De donde esta separación, en cuanto que es por fuerza de las palabras, fue llamada por los Padres místico sacrificio, e inmolación de Cristo, y apta por lo tanto para que en ella consista la razón del sacrificio. De aquí que como el cuerpo y la sangre de Cristo ordenados a modo de alimento y bebida sean puestos para la consunción, y ciertamente con el fin de que, consumidas las especies, o destruidas, deje de estar allí Cristo con ello se da suficientemente la mutación de la hostia para la razón del sacrificio. Mutación no productiva sólo, sino, en cierto modo, destructiva, ya que se pone en cierto modo como muerto y ordenado a la destrucción, no ciertamente física y perfecta, sino moral e imperfecta. Y que esto basta para la razón del sacrificio, consta de la libación, por la cual el vino se derramaba y solía sacrificarse, no por destrucción física, sino moral, en cuanto que se derramaba en la tierra y se consideraba moralmente destruido para los usos humanos. Lo que suficientemente hace la mutación externa y sensible por razón de las palabras, de que consta, y por fuerza de las cuales se pone el cuerpo y la sangre de Cristo; como por razón de las especies, bajo las cuales se ocultan el cuerpo y la sangre de Cristo, se hacen sensibles el cuerpo mismo y la sangre. Además: la materia de la cual se hace la cosa ofrecida, es decir, el pan y el vino realmente se mutan y se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, de donde resulta el cambio real mediato de la cosa ofrecida, y la misma hostia inmediatamente se cambia, y como que se aniquila, en cuanto que recibe un nuevo modo de existir, por fuerza del cual se vuelve al punto, que ciertamente se debe hacer con el ánimo de sacrificar por la institución de Cristo y con la intención, al menos tácita, de hacer lo que Cristo instituyó. Y aunque la consagración no es oblación explícita, y en acto signado, es empero, oblación implícita y en acto ejercido, lo que, ciertamente, basta para el sacrificio, como en la ley antigua el degüello y la combustión eran reales y la oblación ejercida ciertamente suficiente para la razón de sacrificio. Además, la sola consagración aptísimamente demuestra a Dios Autor de la vida y de la muerte, o de la existencia y de la no existencia de todas las cosas, y tan admirable es la conversión, que por ella Cristo recibe el ser sacramental del que antes carecía. Y como por otra parte, esta consagración, en fuerza de su institución, haga esta mutación para el culto de Dios y para la potestad de su supremo dominio en todo ser y no ser de las cosas creadas en memoria del cruento sacrificio de la cruz, se considera que tiene todo lo que es necesario comúnmente para la razón de sacrificio. Porque la absoluta razón del sacrificio no es la real mutación, o destrucción de la materia ofrecida; porque ex Lev. cap. 23 y 24 consta que algunos sacrificios se hicieron sin tal cambio. Y el mismo nombre de sacrificio sólo pide que sobre la cosa ofrecida se haga algo sagrado, ya que sacrificio, según San Isidoro, es como hecho sagrado, mediante el cual pueda reconocerse la divina excelencia, lo que no repugna que se haga de otro modo que por la real mutación. Porque basta hacer algo sagrado sobre la cosa ofrecida para que se considere moralmente santificada y destinada a usos sagrados. De aquí se deduce que el sacrificio no consiste en la ofrenda oral que precede a la consagración: la cual ciertamente no fue instituida por Cristo, que según el Tridentino es el oferente principal, sino fue instituida por la iglesia gradualmente como cierta preparación ceremonial. Tampoco consiste en la elevación de la hostia, ni en la oblación hecha después de la consagración, ya que sólo fue instituída por la iglesia como una deprecación extrínseca, ni en la mezcla, o en la fracción de la hostia, porque Cristo no hizo la mezcla y sólo hizo la fracción a modo de distribución, y muy verosímilmente, antes de la consagración, como parece deducirse del orden de la misa. Ni tampoco