y plenamente por dos testigos, aunque infieles, cuando no hay otros, del martirio material, esto es, del mismo sufrimiento, o muerte; 2o. Debe constar del martirio formal es decir, que el fiel padeció la muerte y que estaba en gracia de Dios, en cuanto que estaba por lo menos atrito, y no es necesario probar las virtudes, ya que según el testimonio de Cristo nadie tiene mayor dilección, o caridad, que el que da la vida por sus amigos, Juan 15, v. 13. Y principalmente se requiere que haya querido padecer por la fe, o por un acto de virtud, en el cual reluce la fe. En los infantes la iglesia suple el defecto de la voluntad como en el martirio de los Santos Inocentes. En los adultos se requiere la voluntad espontánea de recibir la muerte por Cristo. Por lo tanto, el que es matado sin dicha voluntad, un demente, o uno que está durmiendo, no puede llamarse mártir. De parte del tirano se requiere que infiera la muerte, no por un fin político, sino en odio de la fe, o de una virtud sobrenatural. En la declaración de los mártires se requieren también los milagros, o por lo menos algunos prodigios y signos, aunque menores que los otros milagros de los santos como fue declarado por la S. Congreg. de Rit. el 13 de Septiembre de 1642. Pignateli 14. cons. 73. n. 9, contra Lozano cons. 16. n. 13, y otros.
422. En la beatificación y canonización se procede ordinariamente del siguiente modo, a no ser que en un caso particular, se disponga otra cosa por el Pontífice. Porque acerca de alguien que haya muerto con gran fama de santidad el proceso se hace tanto por la autoridad del ordinario, como de la S. Congregación sobre la fama, virtudes y milagros del siervo de Dios. Si fue mártir, se investiga acerca del martirio y de su causa. Si algo escribió primero esto se ha de examinar diligentemente en la S. Congregación. No sea que vaya a tener algún error formal contra la fe o contra las buenas costumbres, para que así conste de la integridad de la fe. Igualmente, debe constar de otras virtudes, tanto teológicas como morales, que deben estar informadas por la caridad, en un grado excelente y heroico, esto es, en cuanto el beatificado no consintió deliberadamente en ninguna imperfección moral, que sea pecado, aunque levísimo. Además deben ser aprobados por lo menos dos milagros para la beatificación, con declaración de por lo menos dos testigos jurados, no singulares, no por oído ajeno, sino de vista y por propio oído. Y debe plenísimamente constar que los milagros exceden las fuerzas de la naturaleza, por lo menos en cuanto al modo. Se dice milagro como algo que llena de admiración, es decir, que simplemente tiene una causa y a todos está oculta, pero ésta es Dios. Verdaderamente las cosas, que son hechas por Dios fuera de las causas conocidas por nosotros, se dicen milagros. Para que algo se tenga como milagro se requieren tres cosas, es decir, que tal obra sea ardua, es decir, sobre la fuerza de toda la actividad de la naturaleza creada que esté fuera de las expectativas de la naturaleza, es decir, que no tenga para tal cosa un orden natural sino un orden obediencial; y que sea insólito, es decir, fuera de su modo acostumbrado. Puede también ser conocida para uno la causa de algún efecto notable, sin que sea conocida para otros. De modo que algo es maravilloso para uno, y no para otro, como el eclipse de sol es maravilloso para el rústico, pero no para el astrólogo. Tres son los grados de los milagros: 1.- Uno es máximo, en cuanto atañe a la substancia del hecho como que dos cuerpos ocupen simultáneamente el mismo lugar, o que el sol retroceda, o que el cuerpo humano sea glorificado. 2.- Otro es medio, es decir, cuando excede la facultad de la naturaleza, no en cuanto a lo que se hace, sino en aquello en lo cual se hace como la resurrección de los muertos y la iluminación de los ciegos y cosas semejantes. Porque la naturaleza puede causar la vida; pero no en un muerto, y puede prestar la vista, pero no en un ciego. 3.- El mínimo es cuando algo supera la facultad de la naturaleza en cuanto al orden y al modo de hacerse, como cuando alguien de súbito por la virtud divina se cura de la fiebre sin la medicina y el proceso acostumbrado de la naturaleza en tales casos, o cuando de pronto el aire por la virtud divina se condensa en lluvia sin causas naturales como fue hecho por las preces de Samuel, de Elías y de otros, Sto. Tomás en 1. p. q. 105. art. y 8. El proceso hecho por el obispo permanece bajo diversas llaves en el archivo episcopal, y una copia auténtica y sellada se remite al Pontífice, y, al mismo tiempo, los príncipes envían al Pontífice cartas donde piden la beatificación, habiendo sido presentadas las cuales, se sigue la comisión sobre la introducción de la causa, que no se ha de firmar, sino después de diez años, desde el día de la presentación del proceso. La cual comisión hecha, la S. Congregación de Ritos abre el proceso, citando al promotor de la fe, delante del cardenal ponente. Y en su ausencia, delante del cardenal prefecto, y del notario se presenta lo que se ha de consignar por el secretario. Y el notario lo muestra al protonotario elegido, el cual lo abre. Y se discute de la validez del proceso. Y una vez comprobada su validez, por lo menos en cuanto a la substancia, se cierra el proceso y se sella con el sello de la Congregación, y no se abre, sino después de 50 años transcurridos desde la muerte del que se va a beatificar. Cumplidos los cuales, se discute si consta de las virtudes teológicas