menores cuanto que los que nacen con mayores.
54. Aquella sentencia definitiva, que Dios nada imposible mandó al hombre, falsamente se atribuye a Agustín, siendo que es de Pelagio.
55. Dios no pudo crear desde el principio al hombre tal cual ahora nace.
56. En el pecado hay dos cosas: el acto y el reato; pero pasado el acto, nada permanece sino el reato, o sea la obligación a la pena.
57. De donde en el sacramento del bautismo, o por la absolución del sacerdote propiamente, solo se quita el reato del pecado, y el ministerio de los sacerdotes solamente libera del reato.
58. El pecador penitente no es vivificado por el ministerio del sacerdote que absuelve, sino por solo Dios, que sugiriendo e inspirando la penitencia, lo vivifica y resucita: pero por el ministerio del sacerdote sólo se quita el reato.
59. Cuando por las limosnas y otras obras de penitencia satisfacemos a Dios por las penas temporales, no ofrecemos a Dios un precio digno por nuestros pecados, como algunos equivocados piensan (porque, de otra manera, seríamos, por lo menos en parte, redentores), pero algo hacemos, de lo cual, en vista de Cristo, se nos aplica y comunica una satisfacción.
60. Por los padecimientos de los Santos comunicados en las indulgencias no son pagados, propiamente, nuestros delitos; pero por la comunión de la caridad se nos aplican sus padecimientos, para que seamos dignos de que, con el precio de la sangre de Cristo, seamos librados de las penas debidas por nuestros pecados.
61. Aquella distinción de los doctores de que los mandamientos de la ley divina se cumplen de dos modos: uno, en cuanto a la substancia solamente de los actos de los pecados; otro, en cuanto a un modo determinado, según el cual puedan conducir al operante al Reino Eterno (ésto es, a modo de méritos) es inventada y debe ser desechada.
62. También aquella distinción, por la que una obra se dice buena de dos maneras: o porque por su objeto y todas sus circunstancias es buena y recta (que acostumbran llamar moralmente buena), o porque es meritoria del reino eterno, porque es de un miembro vivo de Cristo por el espíritu de caridad, debe ser rechazada.
63. Pero también aquélla distinción de la doble justicia: la primera que se hace por el espíritu de caridad inhabitante: la segunda, que se hace por inspiración ciertamente del Espíritu Santo que mueve el corazón a la penitencia, pero aún no inhabita el corazón, ni difunde en él la caridad, por la cual se cumpla la justificación de la ley divina, de la misma forma es rechazada.
64. Igualmente, aquella distinción, también de la doble vivificación, la primera, por la que el pecador es vivificado, cuando se le inspira por la gracia de Dios el comienzo a la penitencia y el propósito de una nueva vida; la segunda, por la que es vivificado el que verdaderamente es justificado y se hace sarmiento vivo en Cristo la vid, igualmente es inventada y de ninguna manera congruente con las Escrituras.
65. Y tampoco puede ser admitido, sin error pelagiano, algún uso bueno, o no malo, del libre albedrío: y hace injuria a la gracia de Cristo el que así piensa y enseña.
66. Sola la violencia repugna a la libertad natural del hombre.
67. El hombre peca, aun mortalmente, en aquéllo que hace necesariamente.
68. La infidelidad puramente negativa en aquéllos entre los cuales Cristo no ha sido predicado es pecado.
69. La justificación del impío se hace formalmente por la obediencia de la ley, pero no por la oculta comunicación e inspiración de la gracia, que mediante ella hace cumplir la ley a los justificados.
70. El hombre que vive en pecado mortal o en reato de eterna condenación puede tener verdadera caridad: y la caridad también perfecta puede coexistir con el reato de eterna condenación.
71. Por la contrición también con la caridad perfecta unida con el voto de recibir el sacramento no se perdona el pecado, fuera de caso de necesidad o de martirio, sin la actual recepción del sacramento.
72. Todas las aflicciones de los justos, s in excepción, son castigos de sus pecados: de donde, también Jacob y los mártires las que sufrieron, a causa de sus pecados las sufrieron.
73. Nadie hay, fuera de Cristo, sin pecado original: de aquí que la Santa Virgen murió por el pecado contraído de Adán y todas sus aflicciones en esta vida, como las de los otros justos, fueron castigos del pecado actual, o del original.
74. La concupiscencia en los bautizados que vuelven a caer en pecado mortal, en los cuales ya domina, existe es un pecado, igual a otros hábitos depravados.
75. Los movimientos desordenados de la concupiscencia por el estado del hombre viciado, han sido prohibidos por el precepto: No desearás. De donde el hombre que los siente y no los consiente, transgrede el precepto: no desearás,