sino una sola y así vive y reina Dios en nosotros y el alma se aniquila en su Ser operativo.
6. La vía interna es aquélla en la cual no se conoce o la luz, o el amor, o la resignación: ni es necesario conocer a Dios y así se procede bien.
7. No debe el alma pensar o el premio, o la pena, o el Paraíso, o el infierno, o la muerte, o la eternidad.
8. No debe querer saber si camina conforme a la voluntad de Dios, o si está resignada a El o no: tampoco es necesario que quiera conocer su estado, ni su propia nada: sino que se tenga como un cuerpo muerto.
9. No debe el alma acordarse o de sí misma, o de Dios, o de alguna cosa y en la vía interna toda reflexión es nociva, también la reflexión sobre sus acciones humanas o los propios defectos.
10. Si con los propios defectos alguno escandaliza a otro, no es necesario hacer reflexión de ésto, con tal que no haya voluntad de escandalizar y, no poder reflexionar en los propios defectos es don de Dios.
11. No es necesario reflexionar sobre las dudas que surgen de si procedemos o no rectamente.
12. El que entregó su libre albedrío a Dios no debe cuidarse de cosa alguna, ni del infierno, ni del paraíso, ni de tener deseo de su propia perfección, ni de las virtudes, ni de la propia santidad, ni de la propia salvación, de cuya esperanza también se debe purificar.
13. Mientras fuere entregado a Dios nuestro libre albedrío, a El se le debe dejar el cuidado, el pensamiento de todas nuestras cosas y permitir que en nosotros, sin nosotros, haga su Divino querer.
14. El que está resignado a la divina voluntad no debe pedir nada a Dios: porque pedir es una imperfección, ya que es un acto de la propia voluntad y elección y es, en cierta forma, querer que la Divina voluntad se conforme a la nuestra y no la nuestra a la Voluntad Divina. Y aquél pedid y recibiréis del evangelio no fue dicho por Cristo para las almas internas que no quieren tener voluntad: sino mas bien llegan a no poder pedir nada a Dios.
15. De donde, como nada deben pedir a Dios, tampoco deben darle gracias por cosa alguna: porque uno y otro son actos, igualmente de la propia voluntad.
16. No conviene buscar las indulgencias por la pena debida por los pecados propios: porque mejor es satisfacer a la Divina Justicia, que buscar su misericordia: porque aquéllo procede de puro amor de Dios y, ésto de un amor interesado, ésto es, de nuestro provecho personal, y no es cosa agradable a Dios, ni meritoria, porque, en el fondo es querer huir de la cruz.
17. Por el hecho de haber entregado a Dios nuestro libre albedrío, junto con el cuidado y el conocimiento de nuestra alma, no deben, en adelante, tenerse en cuenta las tentaciones, ni oponerles otra resistencia sino la negativa, no usando de ninguna industria: y si por esto sufre la naturaleza, es necesario dejar la que sufra, porque es naturaleza.
18. El que en la oración usa de imágenes, figuras, representaciones y propios conceptos, no adora a Dio en espíritu y en verdad.
19. El que ama a Dios, tal como la razón argumentando lo representa, o lo comprende el intelecto, no ama verdaderamente a Dios.
20. Decir que en la oración debe usarse de discurso y de pensamientos, cuando Dios no habla al alma, es ignorancia: Dios no habla nunca, su hablar es obrar: y siempre obra en el alma, mientras ésta no lo impide con sus discursos, pensamientos y operaciones.
21. En la oración se debe permanecer en la fe obscura y total, con quietud y olvido de todo otro pensamiento particular y, específico, de los atributos de Dios, para adorarlo, amarlo y servirlo, pero sin la producción de ningún acto: porque a Dios no le agrada este género de cosas.
22. No es este conocimiento de la fe un acto producido por la creatura, sino un conocimiento dado a ésta por Dios, que la creatura no sabe que lo tiene, ni sabrá después que lo tuvo. Lo mismo puede decirse acerca del amor.
23. Los místicos con San Bernardo en La escala de los claustrales distinguen cuatro grados: lectura, meditación, oración y contemplación infusa. El que siempre está en el primero nunca pasa al segundo. El que siempre está en el segundo nunca alcanza el tercero, que es nuestra contemplación adquirida, donde se mantendrá toda la vida, a no ser que Dios atraiga al alma que nada espera, a la contemplación infusa. Y, cesando ésta, debe volver al alma al grado tercero y mantenerse ahí,