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59. La vía interna está separada
de la confesión, de los confesores y de los casos de conciencia: de la teología y de la filosofía. 60. A las almas avanzadas, que empiezan a morir a las reflexiones: sin que por ello hayan llegado a morir
del todo, Dios vuelve a veces imposible la confesión y El suple, dándoles de la gracia preservante
otro tanto, cuanto recibirían del sacramento:
por lo mismo, a esas almas no conviene, en tal caso, acercarse al sacramento de la penitencia, porque no pueden. 61. El alma, cuando llega a la muerte mística, no puede ya más querer otra cosa que lo que Dios quiere; porque no tiene ya más voluntad, Dios la privó de ella. 62. Por la vía interna
se llega a permanecer continua e inamoviblemente
en una paz imperturbable. 63. También,
mediante la vía interna, se llega a la muerte de los sentidos: más aún, la señal de que alguno se mantiene en esa nada, ésto es, de que está muerto con la muerte mística es, cuando los sentidos
externos ya no representan las cosas sensibles,
como si no existieran, puesto que, en verdad,
no hacen que el intelecto se aplique a ellas. 64. El teólogo está menos dispuesto que el simple
y el idiota a ser contemplativo: primero, porque
no tiene una fe tan pura: segundo, porque no es tan humilde: tercero, porque no cuida, del mismo modo, de su salvación: cuarto, porque tiene la cabeza llena de fantasmas, imágenes, opiniones
y especulaciones y en él no puede entrar la verdadera luz. 65. A los superiores se les debe obedecer en lo exterior, y la amplitud del voto de obediencia de los religiosos se extiende solamente a lo exterior. otra cosa es en lo interior, a donde entran solo Dios y el director. 66. Digna de risa es cierta doctrina nueva en la iglesia de Dios: que el alma en lo que toca a lo interno debe ser gobernada
por el obispo, aunque éste no fuera idóneo,
y que las almas pasan de él a su director. Digo nueva, porque ni la sagrada escritura, ni los concilios, ni los cánones, ni las bulas, ni los santos,
ni los autores dijeron nunca ésto, ni lo pueden decir: porque la iglesia no juzga de las cosas ocultas y el alma tiene derecho de elegir a quien prefiera. 67. Decir que es necesario que lo interno
se manifieste al tribunal externo de los superiores
y que es pecado si no se hace, es un engaño manifiesto, porque la iglesia no juzga de las cosas ocultas y traen daño a las almas con éstos sus fraudes y ficciones. 68. E el mundo no hay facultad,
ni jurisdicción para mandar que se manifiesten
las cartas del director acerca de lo interno del alma: y, por esta razón, conviene advertirles que es éste un asalto de Satanás.
129. PROPOSICIONES CONDENADAS
POR CLEMENTE XI, EL DIA 8
DE SEPTIEMBRE DE 1713, EN LA MUY
CELEBRE BULA “UNIGENITUS
DEI FILIUS”, CONTRA KESNEL
1. Qué otra cosa queda al alma que perdió a Dios y a su gracia, sino el pecado y las consecuencias del pecado: la soberbia pobreza y la inútil indigencia: ésto es, la general impotencia para el trabajo,
para la oración y para toda obra buena. 2. La gracia de Jesucristo, principio eficaz de cualquier
género de bien, es necesaria para toda obra humana: sin ella, no sólo nada se hace, sino que nada puede hacerse. 3. En vano, Señor, mandas, si Tú mismo no das lo que mandas. 4. Así, oh Señor, todas las cosas son posibles para aquél al que le haces posibles todas las cosas obrándolas en el. 5. Cuando Dios no ablanda el corazón por la unción interior de su gracia, las exhortaciones y las gracias exteriores no sirven, sino para endurecerlo
más. 6. La diferencia entre la alianza judía y la cristiana es que en aquélla Dios exigió la huída del pecado y el cumplimiento de la ley por el pecador,
dejándolo en su impotencia: pero en ésta, Dios da al pecador lo que le manda, purificándolo
con su gracia. 7. ¿Qué utilidad para el hombre en la antigua alianza, en la que Dios lo abandonó a su propia debilidad imponiéndole su ley? ¿Qué felicidad no es, en cambio, ser admitido a la alianza, en la que Dios nos da lo que nos pide? 8. Nosotros no pertenecemos a la nueva alianza, sino en cuanto somos partícipes de su nueva gracia,
que obra en nosotros aquéllo que Dios nos manda. 9. La gracia de Cristo es la gracia suprema,
sin la cual nunca podemos confesar a Cristo y, con la cual, nunca lo negamos.
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