10. La gracia es la operación de la mano de Dios Omnipotente, a la que nada puede impedir o retardar.
11. La gracia no es otra cosa que la voluntad de Dios Omnipotente que manda y hace lo que manda.
12. Cuando Dios quiere salvar al alma en cualquier tiempo y en cualquier lugar, un efecto indudable sigue a la voluntad de Dios.
13. Cuando Dios quiere hacer salva al alma y la toca con la mano de su gracia interior, ninguna voluntad humana le resiste.
14. Cuanto más alejado de la salvación esté el pecador obstinado, cuando Jesús se le hace presente con la luz saludable de su gracia, conviene que se rinda, acuda presuroso, se humille y adore a su Salvador.
15. Cuando Dios acompaña su mandato y su eterna palabra con la unción de su Espíritu y con la fuerza interior de su gracia, obra ésta en el corazón la obediencia que pide.
16. Ningunos halagos hay que no cedan a los halagos de la gracia: porque nada resiste al Omnipotente.
17. La gracia es aquella voz del Padre, que enseña a los hombres en su interior y los hace venir a Jesucristo: cualquiera que no viene a El, después de que oyó la voz exterior del Hijo, de ningún modo ha sido enseñado por el Padre.
18. La semilla del verbo, que riega la mano de Dios, siempre trae su fruto.
19. La gracia de Dios no es otra cosa que su omnipotente voluntad: esta es la idea, que Dios mismo nos entrega en todas sus Escrituras.
20. La verdadera idea de la gracia es que Dios quiere ser obedecido por nosotros y es obedecido: manda y son hechas todas las cosas: habla como Señor y todas las cosas se le someten.
21. La gracia de Jesucristo es una gracia fuerte, potente, suprema, invencible, como que es la operación de la voluntad omnipotente, secuela e imitación son de la operación de Dios, que encarna y resucita a su hijo.
22. La concordia de la omnipotente operación de Dios en el corazón del hombre con el libre consentimiento de su voluntad, se nos demuestra al punto en la Encarnación, como en la fuente y arquetipo de todas las otras operaciones de la misericordia y de la gracia, las cuales todas son, de tal modo gratuitas, como la misma operación original.
23. Dios mismo nos entregó la idea de la omnipotente operación de su gracia, significándola por aquélla, por la que produce a las creaturas de la nada y devuelve la vida a los muertos.
24. La justa idea que el centurión tiene de la omnipotencia de Dios y de Jesucristo, para sanar los cuerpos, con un solo movimiento de su voluntad, es la imagen de la idea que debe tenerse de la omnipotencia de su gracia, para sanar a las almas de la pasión.
25. Dios ilumina al alma y la sana igual que al cuerpo: con sola su voluntad manda y es obedecido.
26. Ningunas gracias se dan, sino por la fe.
27. La fe es la primera gracia y la fuente de todas las otras.
28. La primera gracia que Dios concede al pecador es la remisión de los pecados.
29. Fuera de la iglesia no se concede ninguna gracia.
30. Todos aquellos que Dios quiere salvar por Cristo se salvan infaliblemente.
31. Los deseos de Cristo siempre tienen su efecto, y traen la paz a lo íntimo de los corazones, cuando los hacemos nuestros.
32. Jesucristo se entregó a la muerte para librar siempre con su Sangre a los primogénitos, ésto es, a los elegidos de la mano del ángel exterminador.
33. ¡Oh! ¡Cuánto conviene a al alma haber renunciado a los bienes terrenos y a sí mismo, para que así tenga confianza, de apropiarse a Cristo Jesús, su amor, su muerte y sus misterios, como hace San Pablo que dice: El cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí!
34. La gracia de Adán no producía sino méritos humanos.
35. La gracia de Adán es secuela de la creación y era debida a la naturaleza sana e íntegra.
36. La diferencia esencial entre la gracia de Adán y el estado de inocencia, y la gracia cristiana es que la primera cada uno la recibió en la propia persona: pero ésta no se recibe sino en la Persona de Jesucristo resucitado, al que nosotros estamos unidos.
37. La gracia de Adán santificándolo en sí mismo era proporcionada para él: la gracia cristiana santíficandonos en Jesucristo es omnipotente y digna del Hijo de Dios.
38. El pecador no es libre sino para el mal, sin la gracia del Liberador. 39. La voluntad a la que la gracia no previene, solo tiene luz, para desviarse: solo ardor, para despeñarse: