95. Las verdades, a tal grado han caído, que son para muchos cristianos como una lengua extraña, y el modo de predicarlas es como un idioma desconocido: tan alejado está de la sencillez de los apóstoles y ajena al sentido común de los fieles. No se advierte bastante que este defecto es una de las señales más evidentes de senectud de la Iglesia y de la ira de Dios contra sus hijos.
96. Dios permite que todas las potestades sean contrarias a los predicadores de la verdad, para que su victoria no pueda ser atribuida sino a la divina gracia.
97. Sucede muy frecuentemente que, aquellos miembros que están unidos a la iglesia, más santa y más estrictamente, sean mirados y tratados como indignos, que estén en la iglesia como separados de ella: pero el justo vive por la fe y no por la opinión de los hombres.
98. El estado de persecución y de penas que alguno tolera como hereje, infame e impío es, las más de las veces, la última prueba y la más meritoria, como que hace al hombre más conforme a Jesucristo.
99. La contumacia, la prevención, la obstinación en no querer, examinar algo, o reconocerse engañado, hacen que diariamente muchos, sientan como olor de muerte, cosas que Dios puso en su Iglesia como olor de vida, por ejemplo, buenos libros, instrucciones, santos ejemplos, etc.
100. Aquel deplorable tiempo ha llegado ya. El ser tenido y ser tratado por los ministros de la religión como impío e indigno de trato con Dios, como miembro podrido, capaz de corromper todas las cosas en la sociedad de los santos es, para los hombres piadosos, una muerte más terrible que la muerte del cuerpo. En vano alguno se jacta de la pureza de sus intenciones y de cierto celo de la A LOS AMADOS HIJOS religión, al perseguir con fuego y con hierro a los varones probos, si está cegado por la propia pasión o arrebatado por la ajena y nada quiere examinar. Frecuentemente creemos sacrificar para Dios al impío y sacrificamos para el diablo al siervo de Dios.
101. Nada se opone más al espíritu y a la doctrina de Jesucristo que hacer juramentos comunes en la iglesia, porque ésto es multiplicar las ocasiones de perjurar, de tender trampas a los débiles y a los idiotas y de hacer que el Nombre y la Verdad de Dios sirvan, a veces, al consejo de los impíos.
130. Ciertamente, apenas podría ser yo disculpado de ingratitud, o por lo menos de necedad, si omitiera hacer referencia al honrosísimo Breve, con el que en ocasión de esta Bula, el Príncipe Supremo de la Iglesia reivindicó a la Universidad de Salamanca de una calumnia originada injustamente contra ella.

A LOS AMADOS HIJOS: RECTOR, PROFESORES Y DIRECTORES DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA. CLEMENTE XI PAPA

Amados hijos, salud y bendición apostólica. Aunque la excelente y muy antigua opinión que guardamos grabada muy profundamente en nuestro ánimo, acerca de la sincera e incorrupta religión de la célebre Universidad de Salamanca, fácilmente nos ha convencido de que el rumor diseminado descaradamente contra ella por los innovadores, cuya boca está llena de hiel y amargura, en relación a nuestra Constitución Apostólica, cuyo principio es: “Unigenitus Dei Filius”, está totalmente alejado de la verdad: sin embargo, recibimos y leímos, con mucho gusto, vuestra carta del día 19 del mes de agosto pasado, dada a nosotros juntamente con los documentos anexos, en los cuales, no sólo desvanecéis claramente la injusta calumnia contra vosotros, sino también hacéis patente, sin ambigüedad a todo el mundo católico vuestra egregia constancia en conservar la sana doctrina y vuestra constante obediencia a las definiciones de la Suprema Cátedra de San Pedro, en la que el mismo glorioso Príncipe de los apóstoles vive aún y preside y proporciona la verdad de la fe a los que la buscan. Estamos, pues, llenos de consuelo y sobreabundamos de gozo al ver que vosotros os mantenéis tan firmes en las ilustres huellas y ejemplos de vuestros mayores, a cuya destacada virtud y perpetua sumisión a esta Santa Sede nos consta que, en gran parte, se debe aquella singular y muy insigne prerrogativa concedida a la ínclita nación española, a saber, que ella se haya conservado inmune e inviolada de toda mancha de herejía en el decurso de los siglos: de tal modo que, merecidamente, alcanzó el espléndido y glorioso título de católica. Dándoos pues, en el Señor, amados hijos, estas merecidas