nada presentan que perdonar a la Bondad Divina, por medio del sacerdote. Porque si el enfermo tiene avergüenza de descubrir la herida al médico, la medicina no cura lo que ignora. Se colige, por lo tanto, que también deben ser explicadas en la confesión aquellas circunstancias que cambian la especie del pecado; pero, también, es impío decir que, la confesión que manda hacer en dichos terminos es imposible; asi como llamarla potro de tormento de las conciencias que en la iglesia solo se exige de los penitentes que, después que cada uno se haya examinado diligentemente y haya explorado todos los senos ocultos de su conciencia, confiese los pecados, con que se acuerde haber ofendido mortalmente a su Dios y Señor. Mas los restantes de que no se acuerda el que los examina con diligencia, se creen incluídos generalmente en la misma confesión. Por ellos es por los que pedimos confiados con el Profeta: De mis pecados ocultos purifícame, Señor. En cuanto al modo de confesarse en secreto, ante solo el sacerdote, aunque Cristo no haya prohibido que alguno, en castigo de sus pecados y para su humillación, tanto para ejemplo de los demás, cuanto para edificación de la iglesia ofendida, pudiera confesar públicamente sus delitos, sin embargo, ésto no está mandado por precepto divino, ni se ordenaría muy prudentemente, con alguna ley humana, que los delitos, sobre todo los secretos, se manifestaran en una confesión pública. Las circunstancias muy agravantes, dentro de la misma especie, deben ser confesadas, sostienen Suárez, Soto, Sánchez y otros. Lo contrario opinan S. Tomás, S. Buenaventura, San Antonino y otros. Pero todos con bastante probabilidad. Véase Lacroix. lib. 6. p. 2. ex n. 975. Si consta del número cierto de los pecados, el penitente debe confesar su número. Pero, si no consta, basta que diga el probable, añadiendo: más o menos, las cuales palabras no tienen sentido absoluto, sino respectivo al número al que se aplican y, por lo tanto, incluyen más o menos pecados, estimados al arbitrio de un hombre prudente, que si después el penitente conoce que se equivocó, no está obligado a repetir, a no ser que el número sea notablemente mayor de tal manera que no se considere incluído en aquellas palabras. Pero si ni siquiera probablemente puede señalar el número, será suficiente que diga la costumbre de pecar, y el tiempo y frecuencia al día, a la semana, al mes o al año. Algunas veces, basta para este sacramento que la confesión sea formalmente, aunque no materialmente íntegra, ésto es, que sea íntegra, en cuanto moralmente sea posible aquí y ahora, pero de tal manera, que el penitente si puede, debe después suplir el defecto, no inmediatamente, sino cuando esté obligado, o quiera confesarse. Así el moribundo, con un solo pecado que diga, más aún, con solas algunas señales que diere de querer confesarse pues de ser absuelto.
363. Grave es la cuestión, de si se da la obligación de confesar los pecados dudosos. Y, por cierto, si positivamente dudas de haber cometido el pecado, de tal manera que, aunque se suspenda todo juicio directo, sin embargo, hay graves motivos, de suyo no débiles, por una y otra parte, de tal manera que por ambas partes pueda formarse un juicio prudente, o al menos, indirectamente juzgarse que a favor de ambas partes, milita grave fundamento, no estás obligado a confesarlo, porque, como prudentemente puedes juzgar que tú no pecaste, puedes deponer la duda, sobre todo, cuando tu libertad está en cuasi posesión contra el precepto de confesarte. Lo mismo es, si sabes que tú pecaste, pero positivamente dudas, si mortal o venialmente, por la misma razón; igualmente, si sabes que pecaste mortalmente, pero positivamente dudas de si ya te confesaste, no estás obligado a confesarte, también si por aquéllo de que hubieras pecado mortalmente, o de que no te hayas confesado, estarían las razones más probables, porque aun obrarías prudentemente siguiendo la opinión menos probable, Suárez, Sylvestre, Sánchez, Henrique, Bonacina, Layman, Lugo, Castropalao, Escobar, Medina y otros en Lacroix, L. 6. p. 2. ex n. 600. Si negativamente dudas, de si pecaste mortalmente, de tal forma que, por ambas partes haya algunos motivos no del todo débiles (porque éstos no son dignos de duda prudente) y todo juicio prudente directo deba suspenderse, porque los fundamentos no bastan para un juicio prudente, a favor de una u otra parte, estás obligado a confesarte, porque, conforme al Trid. sess. 14., de Poenit. cap. 5., debemos confesar los pecados de los cuales tenemos conciencia y, por lo tanto, los pecados dudosos debemos confesarlos como dudosos. Lo cual, además de que consta por la práctica de los timoratos, que en el negocio de la salvación eligen el camino más seguro, sostienen esta sentencia: Cathec. Rom. de Poeni. cap. 9., S. Tomás in D. 21. q. 2. art. 3., Suárez in 3. p. tom. 4. D. 22. sect. 9. n. 7., Lugo de Poenit. D. 16. n. 63 y otros muchos, según y juntamente con Sánchez, in Decal. lib. 1. c. 10. n. 66., Lacroix. lib. 6. p. 2. ex n. 606., contra Caramuel, in Theol. fundam. fund. 66. n. 1321. Y el Padre Marín, de Poenit. D. 3. sect. 6. n. 85. dice: El que duda, ya sea precisamente si pecó, o no pecó mortalmente, ya sea que dude de haber pecado de cierto, o si pecó mortal o venialmente, aunque más se incline a que haya pecado mortalmente, no está obligado a confesarse, y ahí cita a otros doctores, cuya sentencia no debe ser condenada, porque está afianzada con graves fundamentos, tanto que Lacroix in lib. 6. p. 2. n. 609., afirma