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Dioses del cielo (Dioses engendradores del cielo, dioses celestes engendradores).

La referencia a los dioses del cielo o a los dioses celestes en combinación con los dioses de las cuatro partes del mundo y con el dios del infierno hace pensar que se trata de un grupo de dioses que se encontraba en el cielo, es decir, "arriba". Éstos guardaban una relación especial con Curicaueri y aparentemente eran sus padres. Ellos le dieron las sogas con las que se ataban los cautivos para el sacrificio, le dijeron que conquistaría la tierra y que sería rey, y que debía quitar a todos las joyas, las piedras preciosas y las mantas porque sólo él debía tenerlas (lo cual justificaba los saqueos que los chichimecas realizaban en los pueblos conquistados). En algún momento se dice explícitamente que los dioses del cielo eran águilas y otras aves de rapiña y se hace la distinción entre las águilas reales, que eran los dioses mayores, y las águilas pequeñas, los gavilanes, los halcones y otras aves "ligeras" llamadas tintiuapeme, que eran los dioses menores. Todas ellas bajaban al lugar donde se ponía la leña cuando se hacían los preparativos para la guerra en el lugar donde se reunían los ejércitos antes de la batalla, con lo cual obtenían ventaja sobre los enemigos (los dioses del cielo los "favorecían").

Los dioses del cielo descendían también en otras ocasiones. Por ejemplo, en Zacapu había un "madero muy largo donde descencían los dioses del cielo"; y cuando Hiripan, Tangaxoan e Hiquingaje conquistan Tariaran, después de preparar a los cautivos para el sacrificio, tocaron las trompetas a media noche "para que decendiesen los dioses del cielo". También Tariacuri pregunta a sus sobrinos, queriendo saber si han tenido sueños mientras vigilan a sus enemigos en los cerros de Tzintzuntzan, si acaso allí van los dioses del cielo. Pero la principal "puerta del cielo", por donde descendían y subían los dioses, estaba en Pátzcuaro.

Los dioses del cielo se alimentaban con sangre, por ello durante las batallas si alguien resultaba herido rociaba su sangre hacia el cielo para darles de comer, y a veces los dioses mismos descendían a comer sangre (al parecer esto sucedía durante las batallas. (f. 113 v). Pero también se les ofrecían venados y seres humanos. Los cautivos, antes de ser sacrificados, cantaban a los dioses del cielo (véase el caso de Tamapucheca) y el autor de la Relación explica que quien tomaba a algún cautivo acostumbraba bailar con él antes de sacrificarlo para que llegara más rápido al cielo.

Al parecer los dioses del cielo eran muy temidos pues podían enojarse con los hombres y hacer que fueran conquistados. Cuando Zuangua se entera de la llegada de los españoles exclama: "¡Cómo se han ensañado los dioses del cielo!"; y los dioses Tiripemencha le dicen a una mujer que vendía agua que los dioses engendradores (los cuales en otras partes se denominan dioses engendradores del cielo) estaban enojados con los habitantes de Cuyacan quienes por eso serían conquistados. La principal causa de enojo de los dioses era, aparentemente, que no se les daba de comer. Así, cuando Zinzuni, el señor de Yziparamucu, se entera de que la mujer de su hijo Hopotaco fue engañada por una vieja haciendo que cocinara a su propio hijo creyendo que se trataba de un topo, dice que la vieja era en realidad la diosa Avicanime, una de las tías de los dioses del cielo, y da a entender que el engaño se debió a que los dioses estaban muertos de hambre.

Los dioses del cielo, junto con otros dioses (Cuerauaperi, los dioses de las cuatro partes del mundo, el sol, etc.) miraban desde lo alto las acciones de los hombres. Cuando llegaron los españoles, el cazonci creyó que eran dioses, más específicamente dioses del cielo, y que del cielo venían (porque el mar se junta con el cielo, dice). Del dios Taresvpeme de Cumanchen se dice que fue echado a la tierra cuando los dioses se emborrachaban en el cielo y que por esa razón estaba cojo, sin embargo no se dice explícitamente que esos fueran los dioses del cielo. También Querenda angapeti tenía una casa en el cielo.