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Hiuacha (Yuacha, Ybacha, Hivacha ).

Hijo de Zurunban.

Hiuacha se convirtió en señor de Tariaran tras la muerte de su padre Zurunban. Conviene mencionar que no era el hijo mayor porque el autor de la Relación explícitamente dice que el hijo mayor de Zurunban se llamaba Haramen. Es probable que Hiuacha fuera señor antes de la muerte de Zurunban, quien al final de su vida estaba ciego. Según Tariacuri, cuando les explica a sus sobrinos por qué sólo ellos serán señores, todos los hijos de Zurunban habían sido malos y se habían "desparcido" por muchas partes. Quizás eso explicaría por qué el sucesor no fue Haramen.

La primera mención que se hace de Hiuacha ya como señor de Tariaran es cuando Tariacuri envía a Hiripan, a Tangaxoan y a Hiquingaje a que lo "amonesten" tal como él mismo había hecho con su padre Zurunban. Por el contexto de la narración se deduce que el mandamiento de Tariacuri estaba relacionado con el deseo de la diosa Xaratanga, expresado en un sueño que tuvo Tangaxoan, de volver a Mechoacan (Tzintzuntzan) donde inicialmente había tenido sus templos y de donde, en tiempos de Vapeani y Pauacume, se la habían llevado por el agüero de las culebras. La diosa le había pedido a Tangaxoan que fuera por ella a Tariaran porque allá ya no le hacían los servicios correspondientes y le había prometido hacerlo señor si limpiaba sus antiguos templos y la llevaba de regreso a Mechuacan.

El encuentro entre los sobrinos de Tariacuri e Hiuacha es muy interesante porque se evidencian las diferencias entre las costumbres chichimecas y las de los habitantes de Tariaran. Tariacuri le pide a sus sobrinos e hijo que le digan a Hiuacha que deje la bebida a la cual es muy afecto y que coma algo (específicamente el pescado que le llevan) porque corre peligro de que lo maten si está borracho. Pero Hiripan, Tangaxoan e Hiquingaje no tienen oportunidad de amonestar a Hiuacha porque, en cuanto llegan a su presencia, éste se les adelanta preguntando si van a hablar de guerra y luego les dice: "Esperad, contaremos los días: el día de la caña y el día del agua y el día de la mona y de la navaja, que yo Hiuacha no peleo, mas con mantas compro los esclavos". Entonces Tangaxoan, al parecer muy molesto, le contesta: "¿quién te dijo que cuentes los días? Nosotros no peleamos contando desa manera los días mas traemos leña para los cúes, y el sacerdote llamado curí y el sacrificador toman olores para la oración de los dioses. Dos noches estamos en nuestra vela para mirar cómo va la gente y para despedillos, y con esto peleamos". El propio autor de la Relación se encarga de aclarar que Hiuacha se estaba refiriendo a la costumbre de computar el tiempo según un calendario similar al mexicano, cuyas caracterísitcas explica brevemente, el cual aparentemente usaban también los de Tariaran pero no los chichimecas. La respuesta de Tangaxoan, por otra parte, pone de manifiesto los rasgos esenciales de la ceremonia con la que los chichimecas se preparaban para hacer la guerra. Pero las palabras de Hiuacha sugieren también que los de Tariaran ya no peleaban sino que conseguían los esclavos (el principal propósito de la guerra para los chichimecas) intercambiándolos por mantas. Es posible imaginar que Hiuacha, menospreciando a los chichimecas, estaba tratando de imponer sus propias costumbres, lo que explica el enojo de Tangaxoan. Pero la actitud desafiante de Hiuacha se hace más evidente cuando a la hora de comer ignora a Hiripan, a Tangoaxoan y a Hiquingaje, a quienes no les sirven comida; y luego, cuando reparte mantas a otros señores y los excluye a ellos. Enojados por la ofensa, Hiripan, Tangaxoan e Hiquingaje regresan a Mechoacan.

Los dos pasajes subsiguientes de la Relación encierran posiblemente un rico contenido simbólico aunque son difíciles de interpretar. Por un lado se narra cómo Parangua, un mayordomo de Hiuacha, previendo la revancha de los chichimecas, rescata (compra) de antemano su libertad, la de su hermano y la de su gente con un plumaje que entrega a los sobrinos de Tariacuri cuando éstos abandonan Tariaran (la entrega de plumajes verdes y de otros objetos valiosos a cambio de algún favor parece ser indicio de sujeción. Véase por ejemplo el trueque que hacen Chupitani, Nuriuan y Tecaqua con los isleños para que les den los cuerpos de Vapeani y Pauacume, o el rescate de Tamapucheca. En ambos casos la aceptación del rescate parece llevar implícita cierta alianza o compromiso con los donadores). Este evento esta ilustrado en la parte inferior de la sección derecha de la lámina 38. El personaje sentado dentro de una casa, arriba, podría ser Hiuacha. Por otro lado, se relata que Hiripan, ya en Mechoacan, cae de un árbol (lo cual se ilustra en la sección izquierda de la misma lámina) y cuando su hermano y su primo lo ayudan a levantarse dice muy enojado: "¡oh Hirepan: aunque soy de tal estatura y tan pequeño, y aunque tengo la cabeza redonda, que no es de valientes hombres, nunca me tengo de olvidar de aquella injuria de Hiuacha!" (el autor de la Relación explica más adelante que sólo quienes tenían el cráneo deformado eran considerados valientes hombres y que por ello a los señores "les allanaban las cabezas y se las asentaban y hacían como tortas"). Y después, dirigiéndose a Tangaxoan, Hiripan dice: "¿cómo tiene las manos Yuacha de quebrar ramas para los fuegos de los cúes? Mírame las manos, qué de callos tengo. Si las tiene así Ybacha, ¡qué tanta leña cuesta y qué tantos olores ha de costar y cuán alta ha de ser la leña que ha de cortar! Nunca olvidaré esta injuria". El autor de la Relación explica este pasaje recordando los elementos escenciales de la ceremonia de la guerra, que siempre comenzaba con la recolección de leña, y la función de las oraciones que en ella se hacían al dios del fuego para que les permitiera vencer a sus enemigos. De acuerdo con ello, Hiripan, al hacer notar sus diferencias físicas con respecto a Hiuacha, estaba argumentado que, a pesar de no tener el cráneo deformado (un rasgo que aparentemente Hiuacha si tenía) y ser de baja estatura, merecía vencer a Hiuacha o conseguiría el favor de los dioses para vencerlo por la cantidad de leña que había llevado a los templos (evidenciada por los callos de sus manos).

En ese momento, Hiripan, Tangaxoan e Hiquingaje deciden contarle a Tariacuri cómo los recibió Hiuacha y entonces su tío, asegurándose primero de que tienen la fuerza suficiente y pidiendo la ayuda de otros señores, planea la conquista de Tariaran. Hiripan, Tangaxoan e Hiquingaje, siguiendo el plan de Tariacuri, se reúnen en Huiramangaro con los ejércitos provenientes de Cumanchen, Erongariquaro, Pechataro y Uricho y atacan el pueblo de Hiuacha mediante una celada similar a la que posteriormente se describe en el capítulo 5 de la tercera parte de la Relación (por la falta de puntuación en el documento podría pensarse que el pueblo que atacan es Zirapen, pero en el f. 128 v se dice explícitamente que Hiuacha era señor de Tariaran. Zirapen debe haber sido un segundo nombre de Hiuacha). Al parecer los de Tariaran no ofrecen resistencia militar pero muchos logran huir del pueblo e intentan refugiarse en Chumengo, en Zizupan y en Acuuato (pueblos habitados por nahuatlatos). Sin embargo allí no los reciben y finalmente los chichimecas los capturan. Hiuacha también intenta huir pero Tangaxoan lo alcanza y lo golpea en la cabeza con una porra (el ataque a Tariaran está representado en la lámina 39 donde se ve a Tangaxoan golpeando a Hiuacha en la cabeza). Luego llevan a todos los cautivos a Pátzcuaro, liberan a Parangua y a su gente (un total de cuatrocientas personas) como habían prometido y sacrifican a los demás.

La detallada descripción del sacrificio contiene tantos elementos importantes que conviene citarla íntegramente: "Y estuvieron componiendo los cativos dos días y emplumarónlos y pusierónles las mitras de plata y unas tortas de plata al cuello, como soles, y unos cabellos largos a las espaldas. Y al señor también dellos, llamado Hiuacha, y pusiéronles cascabeles en las piernas. Y velaron con todos ellos en las casas de los papas una noche, y bailaron con ellos y a la media noche tañeron las trompetas para que decendiesen los dioses del cielo, y a la mañana, echaron su harina a los pies de los cúes. Y subieron a los cúes Hirepan y Tangáxoan y Hiquyngaje y los otros señores, todos compuestos. Y Taríacuri estaba asentado en una silla a la entrada de las casas de los papas. Y sacrificaron a todos aquellos cativos. Y un día entero no hecieron sino sacrificar" (f. 130 v). Se comenta además que los collares de huesos rojos, llamados taropu vta, que usaban los sacrificadores se ensuciaron con la sangre de los sacrificados y luego los lavaron en uno de los manantiales de Pátzcuaro al cual Tariacuri bautizó, por ese hecho, con el nombre de Carupu vta; nombre que conservaba todavía cuando se elaboró la Relación. El autor refiere también que la gente común creía que por haberse lavado allí los collares esa agua sabía mal.