por mandado del caçonçi. Pues venido el día desta justicia general, veníe aquel Sacerdote mayor llamado petámuti, y compo- níese. Vestíase una camiseta llamada vcata tarárenguequa, negra, y poníese al cuello unas tenazillas de oro y una guir- nalda de hilo en la cabeza, y un plumaje en un tranzado que tenía, como mujer, y una calabaza a las espaldas, engasto- nada en turquesas, y un bordón o lanza al hombro. Y iba al patio del caçonçi, ansí compuesto, con mucha gente de la cib- dad y de los pueblos de la Provincia; y iba con él el gober- nador del caçonçi. Y asentábase en su silleta, que ellos usan, y venían allí todos los que tenían oficios del caçonzi y todos sus mayordomos que tenían puestos sobre las sementeras de maíz y frísoles y ají y otras semillas, y el capitán general de la guerra, que lo era algunas veces aquel su goberna- dor, llamado angátacuri, y todos los caciques y todos los que se habían querellado. Y traían al patio todos los delicuentes, unos atadas las manos atrás, otros unas cañas al pescuezo. Y estaba en el patio muy gran número de gente y traían allí una porra y estaba allí el car- celero. Y como se asentase con su silla aquel Sacer- dote mayor llamado petámuti, oye las causas de a- quellos delincuentes desde por la mañana hasta me- dio día, y consideraba si era mentira lo que se decía de aquellos que estaban allí presos. Y si dos o tres veces hallaba que habían caído en aquellos pecados susodichos, perdonábalos y dábalos a sus parientes; y si eran cuatro veces, condenábalos a muerte. Y desta manera estaba oyen- do causas todos aquellos veinte días, hasta el día que había de hacer justicia él y otro sacerdote que estaba en otra par- te. Si era alguna cosa grande, remetíanlo al caçonçi y ha-
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