Il[ustrísi]mo S[eño]r.
PROLOGO
Es un dicho muy común que dice que naturalmente desean todos saber, y para adquerir esta ciencia se consumen muchos años revolviendo libros y quemándose las cejas y andando muchas provincias y deprendiendo muchas lenguas por inquirir y saber, como hicieron muchos gentiles, como lo relata y cuenta más por extenso el bienaventurado sant Hierónimo en el prólogo de la Blibia. Vínome, pues, un deseo natural como a los otros, de querer investigar entre estos nuevos cristianos: qué era la vida que tenían en su infidilidad, qué era su creencia, cuáles eran sus costumbres y su gobernación, de dónde vinieron. Y muchas veces lo pensé, entre mí, de pre- guntallo y inquirillo, y no me hallaba idóneo para ello ni había medios para venir al fin y intento que yo deseaba. Lo uno, por la dificultad grande que era en que esta gente no tenía libros; lo otro, de carescer de per- sonas antiguas y que desto tenían noticia; lo otro, por el trabajo grande que era y desasosiego que traen estas cosas consigo, porque los religiosos tenemos otro in- tencto que es plantar la fe de Cristo y pulir y adornar esta gente con nuevas constumbres y tornallos a fundir, si posible fuese, para hacellos hombres de razón des- pués de Dios. Ya yo tenía perdida la esperanza deste mi deseo, si no fuera animado por las palabras de v[uestra] S[eñorí]a il[ustrísi]ma
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