charían a ti la culpa tus enemigos, sino a mí, y no te harían guerra. Verás, Zurunban, que te hago señor si haces esto, porque no eres señor, mas de baja suerte y mendigo, y agora te hago señor y haz mercedes". O- yendo esto Zurunban, empenzó a llorar muy fuertemente y dijo: "¡Ay, señor yerno! Estas palabras trujiste contigo de rey. Todo lo cumpli- ré, lo que me dices. Vamos a casa, y comerás". Y fuéronse a su casa y trujé- ronles de comer, y después de comer llamó Zurunban un mayor- domo suyo llamado Huyana y dijo que buscase cacaxtles y que hiciese cargas de mantas para que llevase Taríacuri. Y entróse en un aposen- to y compuso dos señoras, con sus buenas sayas y collares de turque- sas al cuello y sus zarcillos de tortugas y otras mantas y tomó- las de la mano a entrambas y sacólas donde estaba Taríacuri y dí- jole: "señor, vete a tu casa y lleva estas dos para que te den agua a manos y sean tus camareras". Y respondió Taríacuri: "así se- rá, señor, como dices". Y aderezáronse para se partir y dióles mu- chas mujeres Zurunban, a sus hijas, que las acompañasen e serviesen. Y sacaron todo el ajuar de las señoras de muchas petacas y al- hajas de mujeres. Y así se partió Taríacuri para su casa, despediéndo- se primero de su suegro Zurunban. Y como llegó a su casa, salió- le a recebir su tía y díjole: "señor, seas bien venido". Y pusieron allí todo lo que Zurunban había dado a Taríacuri, que era mucha cosa. Y vién- dolo su tía, holgóse mucho y díjole: "pues verás, señor Taríacuri, cómo es señor Zurunban. Mira lo que han traido, y esto no es nada para lo que enviará para la con que has ser señor". Y Taríacuri, como solía, iba por leña para los cúes; y su mujer primera, hija del señor de Cu- rínguaro, viendo las otras mujeres en casa, moríase de celos y fue- se a su pueblo de Corínguaro y nunca más tornó.
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