fronteras para pelear y retener sus enemigos, que avisasen y amonesta- sen a su gente por los pueblos, que fuesen obidientes al cazonçi. Después que habían hablado todos aquellos señores, levantábase el cazonçi nuevo y decía: "Ya, señores y caciques, habéis oído a nuestro agüelo, que era aquel sacerdote so- bre todos, ya le habéis oído lo que yo le mandé decir; plega a los dioses que lo digá- is de verdad, que seréis obidientes y que no sea aquí nomás. Ya me habéis traí- do aquí y os obedecí en esto. Mirá que no quebréis la cuenta de la leña de los qúes; íos pues a vuestras casas y juntá vuestra gente en los pueblos , y estando allá, oiréis lo que os mandare; mirá que no quebréis nada desto y que no sea ahora nomás decir de sí, porque no libraré a ninguno de la muerte. Aparejaos a sufrir, si fuéredes rebeldes; hacéme a mí merced, es esto que os digo; mirá que tenemos los escua- drones de guerra, si me quebráis alguno dellos, aparejaos a sufrir. Y voso- tros, señores, que estáis en las fronteras, que tenéis gente de guerra, no quebréis ni traspaséis nada de lo que se os ha dicho; pues, íos todos a vuestras casas." Y desta ma- nera quedaba por rey y hacía un convite general a toda la gente. Y a la noche iba a su vela a la casa de los papas de Curícaveri, y todos los caciques y seño- res, y hacían la cerimonia de la guerra echando encienso los sacerdotes a la media noche, con sus cirimonias. En amanesciendo, iba el mismo cazonçi por leña para los qúes, y todos los señores, y las espías de la guerra y los sacer- dotes que echaban encienso en los braseros, y los correos y los otros sacerdotes llamados cúritiecha y los alférez, que llevaban las banderas en las guerras, y traían toda aquella leña a los fogones. Y poníase el cazonçi en un portal que estaba delante su casa y asentábase en una silla, y tornaban todos los señores y caciques, y toda la otra gente, y tornaba a hacelles otro convite gene- ral. Entonces toda la gente y caciques y señores le llevaban sus presentes mantas de tierra caliente y algodón; otros, hachas de cobre y esteras para las espaldas; y frutas de Taximaroa; arcos, y ansí según tenía cada uno. Y despidíanse todos del cazonçi y íbanse a sus pueblos, donde habían venido, y juntaban su gente y hacíanles saber del nuevo rey y amones- tábanles que fuesen obidientes. Y después, desde a poco, inviaba el cazonci
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