A pesar de la vuelta de un ambiente proteccionista en el Atlántico Norte, América Latina tiene que aguantarse una continuidad del interés, por parte del capital minero, petrolero y financiero extranjero en apoderarse de sus recursos y ramas estratégicas de sus economías. Dichas depredaciones provocan luchas para recuperar la soberanía nacional contra elites rentistas y entreguistas que han abandonado cualquier tipo de proyecto nacional, cuya respuesta ha sido una mayor militarización de la seguridad interna. Sin embargo, no es simplemente el capital transnacional que no reconoce fronteras. La seguridización, tanto interna como fronteriza, no ha perjudicado seriamente a las actividades del crimen organizado, sino ha hecho su propia aportación a la extensión de sus redes de negocio a nivel nacional y trasnacional. Si sería recomendable recuperar la soberanía nacional, mayor colaboración entre países latinoamericanos también parece imprescindible para lidiar con los problemas actuales. No solamente el crimen, sino también los virus y el cambio climático no reconocen las fronteras entre estados nacionales. La región tampoco está libre de sus propios prejuicios raciales y xenófobos hacia los que cruzan fronteras para buscar una vida mejor o escaparse de la violencia y extorsión. Tanto en América Latina como en Europa, el reto es el de crear instituciones supranacionales que funcionan para los ciudadanos y no simplemente para el capital, pero el problema se agrava en América Latina como consecuencia de sus modos de hacer política, fronteras permeables entre lo público y lo privado, y un estado de derecho inexistente, corrompido o politizado.