Pues entraron en consulta los viejos que habían quedado de las enfermedades, sobre alzar otro señor y dijéronle a Zinçicha: "señor, sé rey." ¿Cómo ha de que- dar esta casa desierta y anublada? Mirá que daremos pena a nuestro dios Curí- caberi. Algunos días haz traer leña para los qúes." Respondió Zinçicha: "no digáis esto, viejos. Sean mis hermanos menores y yo seré como padre de ellos; o séalo el señor de Cuyacan llamado Paquíngata." Dijéronle: "qué dices, señor? Ser tienes señor. ¿Quieres que te quiten el señorío tus hermanos me- nores? Tú eres el mayor." Dijo el cazonçi después de importunado: "sea como decís, viejos, yo os quiero obedecer. Quizá no lo haré bien; ruégoos que no me hagáis mal, mas mansamente apartame del señorío. Mirá que no ha- bemos de estar callando. Oí lo que dicen de la gente que viene, que no sabemos qué gente es; quizá no serán muchos días los que tengo de tener este cargo." Y ansí quedó por señor. Y sus hermanos mandólos matar el cazonçi nuevo por inducimiento de un principal llamado Timas, que decía al cazonçi que se echaban con sus mujeres y que le querían quictar el señorío y quedó solo sin tener hermanos. Y después lloraba que habían muerto sus hermanos y echaba la culpa a aquel principal llamado Timas. Y vino nueva que había venido un español y que había llegado a Tiximaroa en un caballo blanco, y era la fiesta de Puré- coraqua, a veinte y tres de hebrero, y estuvo dos días en Taximaroa y tornó- se a México. Desde a poco vinieron tres españoles con sus caballos y llega- ron a la Cibdad de Mechuacan, donde estaba el cazonçi. Y rescibiólos muy bien y diéronles de comer y envió el cazonçi toda su gente, entiznados, a caza, muy gran número de gente, por poner miedo a los españoles y con muchos ar- cos y flechas, y tomaron muchos venados y presenctáronles cinco venados a los españoles, y ellos le dieron al cazonçi plumajes verdes y a los señores. Y el cazonçi hizo componer los españoles, como compunían ellos sus dioses: con unas guirnaldas de oro y pusiéronles rodelas de oro al cuello y a cada uno le pusieron su ofrenda de vino delante, en unas tazas grandes, y ofrendas de pan de bledos y frutas. Decía el cazonçi: "estos son dioses del cielo". Y dióles el cazonçi mantas y [a] cada uno dió una rodela de oro. Y dijeron los españoles al cazonçi que querían rescatar con los mercaderes que traían plumajes y otras cosas de México, y díjoles el cazonçi que fuesen, y por otra parte mandó que ningún mercader ni otro señor comprase aquellos plumajes. Y compráronlos todos los sacrista- nes y guardas de los dioses, con las mantas que tenían los dioses diputadas para
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