sus antepasados, muchos tiempos había. Y saliéronle los señores a rescibir y diéronle flores y mantas ricas y dijéronle a él e a otros prencipales que iban con él: "bien seáis venidos, chichimecas de Mechuacan. Ahora nuevamen- te nos habemos visto, no sabemos quién son estos dioses que nos han destruído y nos han conquistado: ¡mirá esta Cibdad de México nombrada de nuestro díos Zinzú- viquixo, cuál está toda desolada! A todos nos han puesto naguas de mujeres. ¡Cómo nos han parado tambien! ¿Os han conquistado a vosotros que érades nombrados? Sea ansí como han querido los dioses. Esforzaos en vuestros co- razones. Esto habemos visto e sabido nosotros que somos muchachos. No sé qué supieron y vieron nuestros antepasados. Muy poco supieron. Nosotros lo habemos visto y sabido siendo muchachos." Respondióles don Pedro y dijo: "ya, señores, me habéis consolado, que lo que nos habéis dicho, ya nos habéis visto, ¿cómo nos viéramos y visitáramos si no nos tractaran desta manera? Seamos hermanos por muchos años, pues que ha placido a los dioses que quedemos nosotros y escapamos de sus manos, sirvámoslos y hagámosles sementeras. No sabemos qué gen- te vendrá, mas obedezcámoslos. Baste esto y tornémonos a Cuyacan, al Marqués, pues habemos visto a México". Y diéronse unos a otros mantas ricas y otras joyas y volvió don Pedro con los suyos a Cuyacan y envió el Marqués que los saliesen a rescibir. Y habían traído una cartas de la Cibdad de Mechuacan, que decían haber hallado al cazonçi, y llamó el Marqués a don Pedro y díjole: "ven acá: ¿por qué me dijiste que era ahogado el cazonçi? Que dicen questá en el monte escondido. Que dos prencipales amedrentaron y ellos lo descubrieron." Díjole don Pedro: "Quizá ansí es como dicen; quizá salió alguna parte de la laguna en alguna isla pequeña y se iría huyendo y no le vimos cuando se fué." Y empezó a llorar de miedo que le habían de mandar matar. Y díjole el Marqués: "no llores, ve a tu tierra, mañana te daré una carta y de aquí a tres días te irás." Díjole don Pedro: "sea ansí, señor, bien es lo que dices." Y al si- guiente día diéronle una carta y dióle muchos charchuys y turquesas para él y díjole: "di al cazonçi que venga donde yo estoy, que no tenga miedo, que se venga a sus casas a Mechuacan, que no le harán mal los españoles. Y vendrá- me a visitar." Y despidióse y vino a Mechuacan y juntáronse los señores y caciques, y contóles cómo les había ido y lo que decía el Marqués y holgáronse
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