Y eran éstos las espías de la guerra, los que no habían ido a la gue- rra o se volvían della sin licencia. Los malhechores; los médicos que habían muerto alguno; las malas mujeres; los hechiceros; los que se iban de sus pueblos y andaban vagamundos; los que habían dejado perder las sementeras del caçonçi por no desher- ballas, que eran para las guerras; los que quebraban los maguéis y a los pacientes en el vicio contra natura. A ctodos éstos echaban presos en aquella cárcel, que fuesen vecinos de la cibdad y de todos los otros pueblos, y a otros esclavos desobedientes que no querían servir a sus amos, y a los esclavos que dejaban de sacrificar en sus fiestas. A todos estos susodichos llamaban vázcata y, si cuatro veces habían hecho delitos, los sacrificaban. Y cada día hacíen justicia de los malhechores, mas una hacíen general este dicho día, veinte días antes de la fiesta, hoy uno, mañana otro, hasta que se cumplían los veinte días [borrado]. Y el marido que tomaba a su mujer con otro, les hendía las orejas a entrambos, a ella y al adúl- tero, en señal que los había tomado en adulterio. Y les qui- taba las mantas y se venían a quejar y las mostraba al que tenía cargo de hacer justicia y era creído con aquella señal que traye. Si era hechicero, traían la cuenta de los que había hechizado y muercto; y si alguno había muercto, su pa- riente del muercto cortábale un dedo de la mano y traíale revuelcto en algodón y veníase a quejar. Si había arrancado el maíz verde, uno a otro, traía de aquellas cañas para ser creídos. Y los ladrones, que dicen los médicos que habían visto los hurctos en un escudilla de agua o en un espejo. De todos éstos se hacía justicia, la cual hacía el sacerdote mayor
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