te decimos. Dichoso aquél que ha de ser rey. O éste que lo ha de ser. Qui- zá no es señor mas de baja suerte y uno del pueblo, por la mucha leña que habrá traído a los cúes de Curícaueri, ¿y será algún pobre o algún miserable el que ha de ser rey?. Y tu cabeza estará enton- ces alzada sobre algún varal donde te mataren si no eres el que debes. Trae leña para quemar en los cúes, para dar de comer a los dioses celestes y a los dioses de las cuatro partes y al dios del infierno. Harta de leña a todos cuantos dioses son. Mira que es muy liberal Curícaueri, que hace las casas a los suyos, y ha- ce tener familia y mujeres en las casas, y viejos que hacen fuego y hace tener alhajas y esclavos y esclavas, y hacer poner en las orejas orejeras de oro, y en los brazos brazaletes de oro, y a la gar- ganta collares de turquesas y plumajes verdes en la cabeza. Trai leña para los cúes y sacrefícate las orejas. Dichoso el que ha de ser rey". Y diciéndole esto asíanle de la oreja, diciéndole: "señor, señor Ta- ríacuri, ¿cómo, no eres ya hombre?. Acuérdate de vengar las in- jurias. Mira, señor Taríacuri, que nos oigas, ¡pobre de ti, si no nos oyes!. Porque mirarás a los otros cómo comen, alargando el pescuezo para mirallos y quizá andarás por ahí con una manta hecha pedazos. ¿Cómo, no entiendes esto que te decimos?. Mira que somos viejos. Dicho- so quien fuere señor de la gente. Quizá no es señor, mas uno del pueblo. Dichoso tú, señor Taríacuri, óyenos esto que te decimos". Y los viejos nunca cesaban de avisalle. Quizá por ser valientes hom- bres y continuos del servicio de los cúes, por eso le dicen todo esto. Estaban todo el día e la noche avisándole y nunca cansaban sus bocas. Y eran ya hombres sus primos, hijos de Vápeani, el uno lla- mando Cétaco, el mayor y el menor Aramen. Y había días que se andaban
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