Y cada uno contaba lo que le había acontecido. Y dijo el señor: "mucho nos emborrachamos. ¿Cuál es más deleite, emborracharse o dormir con mujeres? ¿Por qué no hacen ansí en Corínguaro?". Y dijo al tabernero: "has más vino en los mayores maguéis, que será perdido que los chichimecas los gocen o hagan vino dellos". Y dijo Hopótacu: "padre, yo no sé qué me ha acontecido: he flechado a la madre de mi hijo, Zinzíani". Dijo el señor: "¿por qué la flechaste, hijo? ¿Qué te hizo?". Dijo Opótacu: "padre, cocióme a mi hijo, el que tu pusiste nombre. Que no sé qué vieja trujo a mi casa a vender un topo o tuza, que dicen que traía unas nauas de una manta de hierbas, basta, y otra mantilla de lo mismo cobijada, y traíele revuelto en la mano y que de hambre traía aquel topo a vender, y pensando que era así le compró mi mujer y como no era topo sino mi hijo, el que yo engendré, por esto la ma- té". Oyendo esto su padre, dijo: "ah, aquella no era vieja, mas es de las tías de los dioses del cielo. Aquélla se llama Avícanime, e ya los dioses de todo en todo están muertos de hambre y no tenemos con nosotros cabezas. Sea así, gente: vámonos hacia alguna parte". Y emborracháronse cinco días y fuéronse del pueblo. Acostumbraba esta gente, cuando tenían alguna aflicción, decir: "no tenemos cabezas con nosotros": diciendo que sus enemigos los tomarían e cativarían a todos y los sacrificarían y que sus cabezas pon- drían en varales. Y hacían cuenta que los habían tomado. Por eso dice aquí el señor de Hizíparámucu, que no tenían cabezas consigo.
[ LAMINA XXI ]
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