y no iba ninguna mujer, mas todos eran varones y llevaban
su provisión para el camino, y cotaras y harina para beber en
un brebaje y jubones de algodón y rodelas y flechas; y re-
partíanse toda la gente de los pueblos, para ir a las fronte-
ras. Unos iban a la frontera de México, que peleaban con los
otomies, que eran valientes hombres y por eso los ponía Monte-
zuma, en sus fronteras. Otros iban en las fronteras de los
de Cuýnaho. Y cada cacique llevaba su senda, que es que lleva-
ba su escuadrón con sus dioses y alférez, y ansí se llegaban
donde estaba la traza del pueblo que iban a conquistar, lla-
mada curúzetaro, que era que las espías sabían todas las
entradas y salidas de aquel pueblo y los pasos peligrosos y
dónde había ríos. Estas dichas espías lo trazaban todo donde
asentaban su real y lo señalaban todo en sus rayas en
el suelo y lo mostraban al capitán general, y el capitán a la
gente; y antes que peleasen con sus enemigos, iban aque-
llas espías y llevaban de aquellas pelotillas de olores y plumas
de águilas y dos flechas ensangrentadas y entraban secre-
tamente en los pueblos y ascondíanlo en algunas semen-
teras, o cabe la casa del señor, o cabe el cu, y volvíanse sin ser sen-
tidos, y eran aquellos hechizos para hechizar el pueblo. Enton-
ces poníase cada uno en su escuadrón y hacían entradas y
saltos donde andaba la gente, en las sementeras o en el monte,
de noche, y porque no diesen voces, atábanles las bocas con
unas como jáquimas de bestias y ansí los traían al real. Y
traían aquellos a la cibdad y salíanlos a recibir los sacerdo-
tes llamados cúritiecha y otros llamados opítiecha, con unas
calabazas a la espaldas y unas lanzas al hombro. A la entrada de
la cibdad, donde había dos altares, donde ponían los dioses
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