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Datos para citar este texto:
Jerónimo de Alcalá, Relación de Michoacán, Moisés Franco Mendoza (coord.), paleografía Clotilde Martínez Ibáñez y Carmen Molina Ruiz, México, El Colegio de Michoacán, Gobierno del Estado de Michoacán, 2000, p.276
Folio p en ediciones
18 v 276

do que tuvistes con las mujeres en vuestros pueblos, por los pecados que
hecistes con ellas y por no entrar a la oración en la casa de los papas.
Y no entrábades de voluntad para hacer penitencia y teníades en
mucho juntaros con las mujeres. Mirá, no miréis atrás a vuestros pue-
blos. Mirá, no os volváis, que si os volviéredes o quebráredes esto que
os han dicho, aparejaos a sufrir. No volváis la cabeza a vuestras mujeres con
quien estáis casados ni a vuestros padres viejos. Esforzaos vuestros corazo-
nes; muramos, que toda es una muerte la que habíamos de morir en los pue-
blos y la que muriéremos aquí. ¿Dónde habéis de ir? Por esto sois varo-
nes. No quebréis estas palabras. Ya están todos vistos los pasos que
han visto las espías en los pueblos de los enemigos. Esto es lo que os había
de decir, ya estoy libre dello". Y en acabando de decir su razona-
miento, íbase donde estaba la traza del pueblo que habían visto
las espías y allí mostraba a todos los señores y gente que estaba a-
llí ayuntada, cómo estaban los pueblos de sus enemigos que ha-
bían de conquistar. Después de haber mostrado aquella traza, con-
certaba el capitán general la gente desta manera: en la fronte-
ra, poníanse todos los valientes hombres de la Cibdad de Mechuacan y
los sacerdotes que llevaban a Curícaberi y a Xarátanga y todos
los otros dioses mayores. Y poníanse dos procisiones, de una parte
y de otra, y ponían sus celadas cada seis escuadrones, con sus dio-
ses y banderas, y iban por medio de las celadas un escuadrón de cua-
trocientos hombres y un dios llamado Pungárancha, de los corredo-
res. Y llegaban todos éstos hasta el pueblo, con sus arcos y flechas,
y ponían fuego en las casa y íbanse retrayendo, fingiendo
que huían y fingiendo questaban enfermos y otros haciendo
de los cojos; otros hacíanse caedizos en el suelo, como que iban
corriendo y caían. Y ansí sacaban sus enemigos del pueblo y
los siguían, viéndolos tan pocos, y íbanse retrayendo hasta
metellos en medio de las celadas. Y estando allí tenían una señal