Sabía un señor o cacique que tenía una hija otro señor o prenci- pal, o que estaba con su madre, y enviaba un mensajero con sus pre- sentes a pedir aquella mujer para su hijo o pariente, y llegan- do a la casa de aquel señor o prencipal, decíanle: "pues, ¿qué hay señor? ¿qué negocio es por el que vienes?". Respondía el mensa- jero: "señor envíame fulano, tal señor o prencipal, a pedir tu hija". Respondía el padre: "seas bien venido. Efecto habrá, basta que lo ha dicho". Decía el mensajero: "señor, dice que le des tu hija para su hijo". Tornaba a responder el padre: "efecto habrá, y ansí será como lo dice. Días ha que tenía entención de dársela, porque soy de aquella familia y cepa y morador de aquel barrio, seas bien venido. Yo inviaré uno que la lleve. Esto es lo que le dirás". Y así se despidía el mensajero, y partido, iba aquel señor a sus mu- jeres y decíales: "¿qué haremos, a lo que nos han venido a decir?". Res- pondían las mujeres y decían "¿Qué habemos nosotras de decir? Señor, mándalo tú solo." Respondía él: "sea como dicen; cómo, ¿no tenemos allá nuestras sementeras?". Y ataviaban aquella mujer y liaban su ajuar, y llevaba mantas para su esposo y camisetas y hachas para la leña de los qúes, con las esteras que se ponían a las espaldas, y cinchos. Y ataviábanse todas las mujeres que llevaba consigo y liaban todas sus alhajas, petacas y algodón que hilaba; y partíase junto con sus parientes y aquellas mujeres, y un sa- cerdote o más. Y ansí llegaban a la casa del esposo, donde ya esta- ba él aparejado y tenía allí su pan de boda, que eran unos tama- les muy grandes llenos de frísoles molidos, y jicales y mantas, y cántaros y ollas, y maíz y ají y semillas de bledos y frísoles en sus trojes; y tenía allí un rimero de naguas y atavíos de mujeres. Y estaban todos ayuntados en uno, los parientes, y saludaban al
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