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Hechiceros.

Categoría general: Delincuentes.

Por la información de la Relación no queda muy claro cuál era el papel de los hechiceros. En una ocasión se les equipara explícitamente a los médicos: "vosotros que tenéis dos naturalezas de hombre, hechiceros y médicos" (f. 133 v); y en otras ocasiones la asociación entre ambos está implícita ya que tanto los médicos como los hechiceros "veían" en el agua. Cuando don Pedro presencia una misa por primera vez, creyó que el cura cristiano era como los "médicos" y que vería en el agua del cáliz que había gente de guerra preparada para atacar a Olid; después, los indios creyeron que los religiosos eran hechiceros pensando que "miraban en el agua" cuando decían misa. También pensaban que eran hechiceros porque cuando predicaban parecían saber lo que ellos (los indios) hacían en sus casas.

Se puede decir entonces que los hechiceros podían ver el futuro o las cosas ocultas, pero también podían matar a alguien o hacer daño mediante sus hechizos. La hechicería era un delito castigado con la muerte. Cuando era elegido un nuevo cacique, el sacerdote que lo presentaba ante su pueblo amenazaba a la gente diciendo: "no os juntéis ni mudéis con otros principales porque seréis tomados y muertos por ello, y los que fuéredes adúlteros y hechiceros" (f. 22 v). Los hechiceros eran juzgados en la fiesta Equata consquaro. Llevaban la cuenta de los que había hechizado o matado, y si había matado a alguno, los parientes del muerto se quejaban con el petamuti presentando como prueba del delito un dedo de su mano (del muerto) envuelto en algodón. Cuando había cometido el delito más de tres veces, el hechicero era condenado a muerte: "rompíanle la boca con navajas y arrastraban vivo y cubríanle de piedras, y ansí le mataban" (f. 21).

El autor de la Relación parece usar el término hechicero para referirse también a los sacerdotes o a algún tipo de sacerdote. Dice, por ejemplo, que "unos sacerdotes y hechiceros suyos, hiciéronles en creyente a la gente, que los religiosos eran muertos y que eran mortajas los hábitos que traían, y que de noche, dentro de sus casas, se deshacían todos y se quedaban hechos huesos y dejaban allí los hábitos y que iban allá al infierno donde tenían sus mujeres y que vinían a la mañana", y también que "el agua con que se bautizaban, que les echaban encima las cabezas, que era sangre y que les hendían las cabezas a sus hijos y por eso no los osaban bautizar, que decían que se les habían de morir" (f. 53).

Por otra parte, el autor de la Relación se refiere dos veces a los "hechizos" que se hacían durante las guerras para conseguir la victoria. Estos consistían en echar olores y hacer oraciones al dios del fuego y en esconder, sin ser sentidos, unas pelotillas de olores, plumas de águila y dos flechas ensangrentadas en el pueblo enemigo. También los médicos apartaban a una mujer de un hombre con sus "hechizos".