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Indios.

Categoría general: Gentilicio.

El término indios, para referirse a la población indígena de Michoacán, sólo aparece en el título y en la sección de la tercera parte de la Relación donde se narra la conquista española. De hecho, la mayoría de las menciones están en el capítulo 27 en el cual el autor de la Relación contó qué es lo que los indios pensaron de los españoles. El término, por lo tanto, se usa básicamente para diferenciar y comparar a la población indígena con la española.

Las primeras impresiones que los indios tuvieron de los españoles son muy interesantes porque revelan algunas de sus creencias y cómo a partir de éstas interpretaron las costumbres españolas. Primero creyeron que los españoles eran dioses que habían venido del cielo y que eran inmortales, los llamaron tucupacha (dioses), teparacha (grandes hombres o dioses) y acazecha (gente que trae gorras y sombreros) y a las mujeres españolas las llamaron cuchaecha (señoras y diosas). Pensaron que el vino, el trigo y otras semillas se las había dado a los españoles la madre Cuerauaperi cuando vinieron a la tierra, tal como el maíz y el frijol se lo había dado Cuerauaperi a sus propios dioses (específicamente a Xaratanga) cuando los envió a la tierra. Supuestamente les sorprendió la manera de vestir de los religiosos, que no quisieran oro ni plata y que no tuvieran mujeres. Creyeron que éstos no habían sido niños, que no habían tenido madres, que habían nacido con sus hábitos, los llamaron curitiecha como a sus sacerdotes, pensaron que como sus hechiceros podían ver el futuro cuando tomaban el caliz en la misa y al oirlos predicar pensaban que adivinaban lo que hacían en sus casas. Posiblemente haciendo asociaciones con sus propios dioses, los sacerdotes indígenas hicieron creer a la gente que los religiosos eran muertos, que sus hábitos eran mortajas, que en la noche se deshacían y hechos huesos se iban al infierno donde tenían mujeres. Los sacerdotes también hicieron creer a la gente que el agua del bautismo era sangre, que dañaba la cabeza de los niños y que les provocaba la muerte. No creyeron que los muertos se fueran al cielo porque no los veían ir, pensaron que las cruces eran dioses y las llamaban Santa María. No entendían que la confesión era secreta, oían a los que se confesaban y si les preguntaban qué habían dicho lo contaban todo. Creyeron que los caballos hablaban y que entendían lo que los españoles les decían, los llamaron venados o tuycen, unas figuras de masa en forma de venado con cabellos que hacían para la fiesta de Cuingo, pensaron que sus crines eran cabellos postizos, decían que las herraduras eran cótaras o zapatos de hierro y al principio les llevaban raciones de comida como a los españoles. Creyeron que las cartas hablaban y por eso no se atrevían a mentir. De acuerdo con el autor de la Relación, los indios se alegraron mucho cuando llegaron los primeros frailes franciscanos a Michoacán y, aunque al principio estaban tan "duros" que los religiosos estuvieron a punto de abandonar la empresa evangelizadora, finalmente los indios "se ablandaron", dejaron sus borracheras, ceremonias e idolatrías y todos se bautizaron.